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El síndrome postvacacional

Dicen, quienes entienden mucho de eso, que volver de las vacaciones puede provocar un síndrome postvacacional que incluso te puede llegar a quitar las ganas de trabajar. Quienes hicieron este descubrimiento todavía no tienen ningún busto en ninguna glorieta ni rotonda de las miles que pueblan pueblos y ciudades del país. Pero tiempo al tiempo y todo se andará. Este síndrome aparece por muchos motivos y cuestiones variopintas que por eso se llama síndrome, pero quienes tenemos la suerte-desgracia-alegría-pena de no tener que rendir cuentas a nadie, creíamos estar a salvo. Y más chulos que veinticinco nos las dábamos de inmunes al problema, cual inocentes angelitos que no comprendíamos que nadie escapa a las garras del horrible monstruo de las pesadillas, nacidas de una ensaladilla rusa en mal estado, de los sinvergüenzas de la carne mechà, del atún manipulado con la mala leche de quien hizo la traición sin importarle un pito la salud de nadie, y los politiquitos de siempre que siguen alimentándose de más corrupción, más apropiación indebida, más burlas al votante y ciudadanos de a pie, y llenando páginas de la historia que nos harán enrojecer cuando nos quieran sacar cuentas de quienes fuimos y qué hicimos.

Es mucho más positivo robar un par de millones de euros y pasarse 8 meses en la cárcel, que robar 15 latas de conservas para comer, porque te enfrentas a la misma prisión y multas por tu mal comportamiento. Lo dictarán aquellos jueces cuya compra por el poder destroza toda ética y separación de poderes.

En esas estábamos, sin pensar en el síndrome postvacacional, cuando en un vuelo destino Istambul, con escala en Kiev, viajando con Ukraine International Airlines, y para pasar el tiempo, pues repasas la revista de la compañía y te encuentras con 6 páginas dedicadas a la Tomatina de Buñol. Lo verán millones de viajeros. Envidia cochina, pensé. Esos de Buñol se habrán gastado una pasta gansa en la publicidad ajena a la información, me repetí a mi mismo para convencerme de que nada era definitivo y que de vuelta a casa me encontraría con una Fira de Xàtiva renovada, proyectada internacionalmente, puerta de entrada y salida de la comarca, espejo donde mirarse y copiarse, con un nuevo libro (que al final podría ser el mismo que el de hace 25 años) y una programación única. Pues era tan única que conecté con À Punt (¿Cuándo la cerrareis, Ximo Puig? y me obsequiaron con un minuto de información, mientras se llenaba la parrilla con la entrada de moros y cristianos de Ontinyent, como si no supiéramos que al final de todo la batalla la ganan los cristianos. ¡No te digo!

Indignante y con ello, indignado, me dije para mi mismo otra vez que de perdidos al río y salí decidido a buscar mi presa. No pude hacerme ningún selfi en el stand de «No És No» por las largas colas que había pero mi intención estaba clara y allí los encontré. Entre el Gran Teatre y el Bar Pàmpols estaban dos manteros que habían conseguido entrar en la ciudad, desafiando todas las leyes y los drones del concejal Juan Giner y cia, y sin recato les compré un paquete de Kalvin Klein con tres slips, y que al llegar a casa había uno de cada talla, pero como la talla no importa, como canta Joaquin Sabina, te aprietas un poco y te lo colocas como puedes. Eso sí que era un detalle de la Fira que yo buscaba.

Sobre su proyección internacional, su importancia cultural y su futuro, tranquilos que todo se andará ahora que tenemos un director de Comunicación municipal que queda brutal como cargo. La sombra de Ricard Gallego es alargada y recorre suavemente toda la Vall d'Albaida hasta aterrizar en la Costera. Hay consejos que matan.

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