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De la España caciquil a la España de hoy

de un tiempo a este parte he observado en algunos vecinos cierta animadversión personal hacia los que vivimos en las fincas. La periodista Begoña Clérigues escribió un reportaje en el periódico El Mundo donde hablaba de alcobas con sábanas de hilo y ponía patas arriba a la burguesía valenciana que tiene fincas por este valle. La invité para que viniera y conociera de primera mano la realidad de este pueblo y de las personas que vivimos en él, que lejos de dormir en sábanas de hilo y tener nurses para que cuiden a nuestros hijos; trabajamos cada día para sacar adelante nuestro patrimonio familiar. Generalmente, con no pocas dificultades.

En tono peyorativo se refieren a nosotros como «los de las fincas» como si hubiera dos clases de ciudadanos, los que viven en el pueblo y el resto, que vivimos a pocos kilómetros de distancia y al parecer no contamos como tal. Salvo para pagar impuestos.

Hace ya muchos años que vivo en Fontanars dels Alforins. Todos los que vivimos en las fincas nos dedicamos a nuestro trabajo; algunos como yo, trabajamos en el campo y nos dedicamos a la agricultura. Otros tienen otras profesiones y carreras. Gente preparada, la mayoría de ellos. No son unos niñatos hijos de papá. Por mucho que algunos los quieran ver así, les cuelguen ese sambenito y perseveren en el tópico.

También utilizan el término "señoritos" para tratar de descalificarnos. «Señoritoooooo», que decía con su inconfundible voz atiplada Gracita Morales en las divertidas películas de Mariano Ozores. Algunos vivimos, efectivamente, en las fincas tratando de hacer nuestro trabajo lo mejor que sabemos. Echando pa'lante cada día, manteniendo esto a capa y espada. Solo hay que ver las protestas del campo con los agricultores en pie de guerra reclamando unos precios justos para conocer la realidad que vive el mundo rural y lo difícil que resulta sobrevivir.

Esa obsoleta terminología obedece a ciertos resquemores de épocas pasadas, a odios atávicos de la España caciquil que muy bien reflejó el maestro Miguel Delibes en su libro Los santos inocentes. Pero que nada tienen que ver con la España de hoy.

Del éxito al ostracismo. El cantante Plácido Domingo ha pasado en poco tiempo de ser un gran tenor a un apestado. No lo contratan y donde estaba anunciado ha sido sustituido. En Valencia han retirado su nombre de un centro de perfeccionamiento y los conciertos que estaban previstos celebrarse han sido cancelados. Y lo mismo ha ocurrido en otros países y ciudades de Europa. Del no hay billetes al ostracismo más absoluto. No ha sido condenado. Ni siquiera juzgado, pero el hecho de haber reconocido públicamente que cometió acoso sexual con algunas de sus compañeras de trabajo ha sido suficiente para que su grandiosa carrera, plagada de éxitos se haya visto truncada. Ha pedido perdón por estos hechos que ocurrieron hace mucho tiempo, salvo una denuncia, el resto eran anónimas, pero la turba inquisitorial ya lo ha condenado de por vida. Ahora se ha sabido que el sindicato que le investigó le pidió medio millón de dólares para no revelar detalles comprometidos. Todo esto tendría cierto sentido si hubiera sido juzgado y condenado por acoso sexual, pero no ha sido así. Las denuncias se han producido mucho tiempo después de que ocurrieran los hechos. ¿Por qué no lo hicieron antes? No es quitarle veracidad a estos hechos, que han sido reconocidos ahora por el propio tenor, pero, desde luego, sorprende que hayan tenido que pasar veinte o treinta años para denunciarle.

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