Siempre hay diferentes fórmulas de contar la realidad, múltiples maneras de sentirla e infinitas formas de explicarla. Todo ello, sin contradecir la versión oficial que hoy nos es sobradamente conocida y merece absoluto respeto, asumiendo sin discusión las responsabilidades que nos tocan.

Pero más allá de la obstinada realidad, la experiencia se puede contar de muchas maneras. Desde el drama, desde el amor o desde el humor. Con optimismo o miedo. Con paciencia o exaltación. En plan suicida o en plan Paquito el chocolatero. Y mientras podamos elegir, parece más inteligente apostar por el optimismo que no es candorosa ingenuidad, sino garantía y confianza en la vida que nos espera.

Poco de bueno tiene el confinamiento que vivimos, término poco acertado porque en nuestro caso hay —debe haber— más de autoconfinamiento que de encierro impuesto e incomprensible. Pero, en todo caso, se dan experiencias seguro que ampliamente compartidas.

La obligada permanencia entre esas paredes que llamamos casa es un descubrimiento a analizar. Los escasos días que llevamos fueron, inicialmente, como una aventura vivida con cierta prevención ante la obligación de tener que habituarse a nuevos escenarios y habilitar nuevas rutinas. Pero en general, salimos triunfantes. Los salones han pasado a ser despachos; las cocinas, aulas de estudio; el pasillo, pista de entrenamiento. Quienes tienen terrazas o amplios balcones se felicitaron por su acierto y los que no maldijeron haber preferido en su momento la galería de la cocina.

Hemos explorado territorios ignotos que teníamos al alcance de la mano, aunque siempre sin tiempo para bucear en ellos. Pero ahora llegó el momento de abrir armarios, en sentido literal —nada que ver con exponer la orientación sexual de nadie— y extraer de sus oscuros fondos, objetos, prendas, recuerdos, accesorios de todo tipo y mayormente de escasa utilidad. Hay quien ha recuperado cartas de las que se escribían a mano y se depositaban en un buzón, o el traje con el que se casó que no entiende como se pudo calzar en su día. O los patucos de aquellos niños que hoy son hombretones o la revista porno que escondió para que nadie encontrara. Todos descubrimientos que impulsan a escribir las memorias si creyéramos que a alguien las iba a leer. Aunque siempre es una opción.

Tanto tiempo en casa, sin tener que ir a ninguna parte, nos ha hecho sustituir actividades habituales, ahora descartadas, por otras, más infrecuentes. De ahí, el éxito del bricolaje, de la jardinería de interior, de los mandalas, de los tutoriales para hacer gimnasia o magnesia, qué más da... Hay quien ha desarrollado una pasión enfermiza por la limpieza que roza la asepsia total y persigue ferozmente a los virus que pueda haber sueltos por su casa. Y también, seguramente, quien se pasa el día durmiendo, recuperando el sueño perdido durante el último decenio.

Cada cual hace lo que puede, consciente de que el premio, que es salir indemnes de esta situación, será compartido. Una mención especial merecen quienes conviven con criaturas, con personas con discapacidad o gente mayor que no admite tregua en su atención y cuidado. Sobre todo los primeros que están haciendo un incuestionable esfuerzo de imaginación y creatividad ( véase la conga-vaquilla que persigue criaturas, los arco-iris en las ventanas, etc..)

Pero esto es una apuesta que, como bien nos han explicado, justifica todos los esfuerzos y sacrificios. Y por eso, ante el miedo y la incertidumbre, superando soledades y aceptando renuncias, hemos de sacar a pasear el amor a la vida y la esperanza en el futuro para hacernos fuertes y conseguir que ningún bicho asqueroso y rastrero pueda con nosotros.