Nos preguntamos tras varias semanas de confinamiento, si hemos aprendido algo de los errores que nos han llevado a ser líderes en defunciones. La Covid-19 empezó en China, y Europa hizo caso omiso de las advertencias de distanciamiento social. Se permitieron conciertos, partidos de fútbol, manifestaciones, mítines y alguna mascletà. Nadie vio el peligro que venía de Oriente y se hizo caso omiso de las advertencias de la Organización Mundial de la Salud. Se actuó tarde y mal, lo que contribuyó a la extensión del coronavirus que masacró Unidades de Cuidado y Vigilancia Intensiva y residencias de ancianos. Las medidas se han tenido que ir improvisando esperando siempre acontecimientos y corriendo muchos riesgos. Pero una vez pase la catástrofe y se depuren responsabilidades o negligencias, la pregunta que nos hacemos mirando al pasado, es qué se aprendió de las crisis sanitarias ocurridas en Xàtiva a lo largo de la historia. Veamos cuatro ejemplos epidémicos: la peste negra de los siglos XIV y XVII, las tercianas del siglo XVIII, el cólera de 1885 y la gripe de 1918.

En la Edad Media un ejército de barberos y cirujanos se constituyeron en la vanguardia sanitaria encargada de luchar contra el mal funcionamiento del organismo. La atención primaria quedó relegada a barberos que, además de rasurar pelos y barbas, curaban heridas o sacaban muelas. Los casos de mayor gravedad, se remitían a los cirujanos, y todos ellos y sus pacientes, se abastecían de medicamentos a través de boticarios, que además de fabricar remedios, elaboraban tinta para sellos o ceras para la iluminación.

La higiene pública y privada era inexistente y cualquier ciudad o pueblo constituía un foco de infecciones por la presencia de corrales en las casas, evacuación de residuos en la calle, o sacrificio de animales para el consumo en precarias condiciones higiénicas. A lo que se añadía la inexistencia de baños donde consolidar hábitos de higiene personal. Todo ello hizo de la ciudad un espacio insalubre ideal para propagar enfermedades.

La peste negra se desencadenó en Europa a causa de la picadura de una pulga que habita en el pelaje de algunos roedores. La bacteria inoculada, tras quince días de incubación, desarrollaba una infección generalizada en el organismo que provocaba la muerte a los cuatro días. La introdujeron en Europa desde las estepas asiáticas, los mongoles, y se esparció por todo el viejo continente a través de las rutas comerciales y de peregrinos. A Xàtiva llegó vía puerto de València, uno de los más importantes del Mediterráneo.

De la incidencia de la peste de 1348 sobre Xàtiva no hay datos, pero sí de las sucesivas que se repitieron a lo largo del siglo XVII. La primera entre 1599 y 1502, y la segunda, entre 1676 y 1678, que obligaron a abrir varias casas de salud en el extrarradio urbano, en la Alqueria de la Casa Blanca o en Bixquert, lugares donde se concentraban los leprosos para ser tratados con sanguijuelas o baños de vinagre, al no saber cómo combatir una enfermedad cuya bacteria no fue identificada hasta 1844. La mayoría de ellos acabaron siendo enterrados en fosas comunes localizadas en las inmediaciones de Mont Sant.

Aquella tragedia tuvo como consecuencia positiva que contribuyó a los inicios de la profesionalización de la ciencia médica y de la cultura de la prevención. Se empezaron a construir hospitales generales como el de la Plaça de la Seu, y ayudó a la formación de profesionales que mejoraron la medicina, y el trato al paciente, como fue el caso del médico Lluís Alcanyís, aunque sus esfuerzos recibieron desgraciadamente como premio una condena a la hoguera, pero con cuyas aportaciones, se pudo aminorar la mortífera incidencia de la peste en otras oleadas, así como desarrollar una mayor preocupación por una mejor política de abastos e higienización de los centros urbanos, es decir con pan barato y ciudades limpias se podían prevenir epidemias, y con la inversión en hospitales generales se podía universalizar la atención sanitaria, y salvar vidas.

En el siglo XVIII, el botánico Cavanilles quería prohibir el arroz a toda la Gobernación de Xàtiva. Lo consideraba como un cultivo insalubre cuyas aguas estancadas contaminaban el medio ambiente y generaban epidemias de tercianas o paludismo. Se desconocía que el agente vector transmisor de las fiebres fuese el mosquito Anopheles, que eso sí, encontraba su hábitat ideal en los arrozales que por aquellos años se extendían alrededor de las faldas del Puig.

La decisión gubernamental fue acotar su producción en las partidas más alejadas de la ciudad e intentar cambiar el sistema de riego. Las autoridades intentaron conciliar los intereses económicos con los de la salubridad, poniendo sólo en riesgo la salud de los labradores y jornaleros que vivían del arroz, y multando a todos aquellos que se atreviesen a cultivarlo en las partidas agrarias más cercanas a Xàtiva. El arroz siguió cultivándose por todas partes hasta su desaparición a mediados del siglo XX, y se aprendió de ello, que muchas veces los intereses económicos son más fuertes que los de la salubridad.

Con la llegada del cólera en diversas embestidas a lo largo del siglo XIX, se aprendió a revitalizar las murallas de Xàtiva como cordón sanitario, a frenar los contagios con el aislamiento cuando no se tenía aún una vacuna para todos, y a incrementar las medidas de higienización urbana como la erradicación del Matadero de la plaza del Mercado, y deslocalizarlo hacia las afueras del ámbito urbano, e iniciar un proyecto de canalización de aguas potables moderno que mejorara la distribución de un líquido elemento que llegase a todos los rincones en óptimas condiciones. Un proyecto que llevó décadas pero que constituyó la mejor forma de erradicar las infecciones relacionadas con el aparato digestivo.

Y, por último, de la epidemia de gripe de 1918, se aprendió a valorar la importancia de la prensa escrita, para informar y alertar a la población de lo que se tiene que hacer ante la embestida de una pandemia, cuando las autoridades fallan o miran hacia otro lado. Y ante un país que afortunadamente no sufría aún censura, la opinión pública pudo entender las razones por las que moría tanta gente por aquellos días. O de su tarea divulgativa, ayudando al cuerpo médico a difundir las prácticas preventivas más indispensables, con el objeto de evitar la escalada de contagios. Cien años más tarde, nos asalta una nueva pandemia, y nos preguntamos qué hemos aprendido de la crisis de la Covid-19, para que en un próximo ataque, no mate a tantas personas.