Dentro de unas semanas comienza la campaña de la cereza y el níspero y los agricultores se encuentran sin mano de obra para recoger sus cosechas. Una recolección que se hace de forma manual y no está mecanizada, como sí ocurre con las plantaciones en espaldera de viñedos, almendros u olivar.

Junto a los bajos precios y las lluvias de las últimas semanas, que no han beneficiado a aquellas variedades que están a punto de recolectarse, como es el caso de la cereza y el níspero, se une el problema añadido de la escasez de mano de obra para la recolección de esas cosechas. Solo en Andalucía se necesitan 150.000 jornaleros para la recogida de la fresa.

Pese a las ofertas de trabajo y el número de parados provocados por los ERTEs, no se cubren los puestos. Vivimos en un mundo curioso. 8 millones de parados, pero no hay mano de obra. El petróleo desplomado, pero la gasolina no baja. Los precios de los productos frescos disparados, pero los agricultores arruinados. Ha hecho falta que todos llevemos mascarillas para que a algunos se les caigan las caretas. Esta reflexión última no es mía sino de un amigo mío Daniel Múñiz, pero refleja a la perfección el mundo tan disparatado que vivimos.

El cierre de fronteras, como consecuencia de la crisis sanitaria y el estado de alarma decretado por el Gobierno ha impedido la llegada de temporeros de otros países, fundamentalmente de Rumania, Bulgaria y norte de África que todos los años llegan a nuestro país por estas fechas coincidiendo con el inicio de la temporada.

Los precios en los supermercados se multiplican en plena pandemia, como es el caso de la naranja, un alza que nunca le llega al agricultor, que sigue percibiendo unos precios ruinosos por sus productos.

El Gobierno teme que esta falta de mano de obra repercuta en un alza de los precios de algunos productos, como ya está ocurriendo en la cadena alimentaria, y en un posible desabastecimiento de algunos productos, de ahí que el Gobierno esté ultimando un real decreto para incorporar parados e inmigrantes al campo.