Seguimos saliendo a la calle, asustados ante la presencia de un virus invisible pero peligroso, pero empezamos a mirar el mañana, el día de después, que casi resulta igual de aterrador. Oir las cifras es como padecer una granizada al descubierto, porque cada una es peor que la anterior. Nos perdemos en los miles de millones, pero lo cierto es que cualquiera es capaz de anticipar que vienen malos tiempos, malísimos, en los que vamos a tener que cuadrarnos ante la andanada económica y protegernos mutuamente para que, a diferencia de lo que ha pasado en otras ocasiones, no haya una salida con alfombra roja para algunos, mientras que la gran mayoría intenta escabullirse aunque sea a cuatro patas para poder sobrevivir.

Un factor esencial para la recuperación es el mantenimiento de los pequeños comercios que al subir las persianas en las actuales circunstancias, no solo hacen una apuesta valerosa para salir adelante sino también una importante contribución al futuro de las ciudades y pueblos. No es fácil amasar grandes fortunas desde un pequeño comercio, pero con suerte se puede vivir bien a la vez que se presta un servicio fundamental a unas ciudades a las que facilitan un eje vertebrador basado en la presencialidad y el reconocimiento mutuo. Ya antes del virus, sus negocios no eran fáciles de sacar adelante porque exigían mucho trabajo con cero garantías y en durísima competición con otros modelos (la venta online, las grandes superficies…) que no daban tregua en su inequívoca pretensión de ocupar el mercado. Parece cómodo y fácil comprar desde el sillón a golpe de tecla, pero el efecto final es demoledor para las economías de subsistencia y la convivencia.

Pero ahora, noqueados y llenos de temores, las peluquerías y las pastelerías, las tiendas de ropa, los bares y restaurantes, las librerías y papelerías, los gimnasios, herboristerías … no hablan de rendición, ni de resignación. Al modo de David contra Goliath, el pequeño comercio presenta una tozuda resistencia para no desaparecer. Ya se sabe que no es valiente quien no tiene miedo, sino quien se enfrenta a él.

Por ellos no va a quedar, y así queda demostrado en las redes sociales donde en un grupo llamado «Yo compro en Xàtiva», se suman esfuerzos, experiencias, consejos y algo de terapia. Se percibe su firme voluntad de no tirar la toalla y pelear duro por sacar adelante sus negocios. Van a contar, sin duda, con ayudas y subvenciones provenientes de las administraciones, pero su mayor garantía de victoria es su capacidad de resistencia, de rebelarse contra las cifras que sólo indican pérdidas, de no entregarse al catastrofismo y darse por derrotados, buscando culpables a quien insultar en lugar de soluciones para progresar. Saldrán adelante con imaginación y creatividad, con persistencia, con generosidad y humildad. Son comerciantes y tienen algo que las grandes superficies y el comercio electrónico no pueden ofrecer: contacto humano, mutuo conocimiento, trato amable y cercanía. Y son también una forma de invertir en el futuro de la ciudad ya que los estudios demuestran que el dinero de las compras que se hacen en los negocios de proximidad se mueve en la ciudad tres veces más que el dinero invertido en grandes cadenas que sale casi de inmediato de la región y en muchas ocasiones del país Su existencia es imprescindible si queremos vivir en un espacio que sea sostenible, sano, donde no sea obligatorio coger el coche para comprar el pan.

Ir de compras es una actividad cotidiana de quienes somos el último eslabón del sistema económico, pero nuestra decisión, nuestra elección tiene repercusión directa en el modelo de sociedad que queremos vivir.