Entramos juntos en esta pesadilla distópica y de la misma forma tenemos que superarla aunque no era cierto que el virus nos igualara a todos. Porque no fue igual para quienes lidiaron en primera fila, en el cuerpo a cuerpo con la enfermedad, que para quienes teletrabajaron y descubrieron que en absoluto es sinónimo de buena vida y relajación. Hubo enormes diferencias entre los que tenían puesto de trabajo y salario asegurado con pandemia o sin ella, y los que vieron irse por el desagüe su presente laboral junto a su única fuente de ingresos, que tampoco era para echar cohetes. Fue duro el confinamiento viviendo apiñados en un piso de 90 metros, con vistas a un muro lleno de grafitis, ajeno a la luz de sol. Muy distinto de esos pisos suntuosos o chalets con jardín, piscina y parque infantil privado que no son la norma sino la excepción.

Iguales no somos, para qué decirnos más mentiras de las necesarias o las autorizadas por convenio social, pero sí que es cierto que se articuló una consistente unidad de acción en torno a un objetivo común. Así conseguimos dejar de tosernos mutuamente, lo cual ha demostrado ser la única arma efectiva, aunque no definitiva, contra ese bicho destructor.

Lo justo a la hora de trazar el camino de salida, de examinar los daños y articular soluciones, sería contar con la participación de toda la sociedad implicada en la experiencia. En la crisis del 2008, alguien habló por todos y tomó todas las decisiones que mayormente pasaron por garantizar un impagable e impagado rescate a los bancos, precisamente los causantes de la crisis por su ambición desmesurada. A día de hoy, el futuro que nos espera va a exigir sacrificios cuyo precio no han de pagar en exclusiva los más vulnerables, los que suelen quedarse atrás porque son muy mayores o demasiado jóvenes, o no tienen cualificación profesional, no se manejan en el mundo digital o son mujeres…

Los planes de reactivación que están elaborando ahora los ayuntamientos incluyen multitud de medidas, sin duda, necesarias. Pero quizás sería el momento, la oportunidad de hacer política con generosidad y valentía y dar también la palabra, para ejercer una escucha activa, a quienes también tienen voz, y de vez en cuando, voto. En Xàtiva, quienes integran el Consejo de Participación de la Infancia, tuvieron la oportunidad de plantear dudas y propuestas al ayuntamiento representado por su alcalde que también ha trabajado en estrecho contacto con asociaciones del comercio local, por ejemplo. Sería recomendable hacer extensiva la iniciativa a la juventud, pensionistas, deportistas, gente del ocio y la cultura…y no olvidarse de las mujeres, siempre elogiadas por su encomiable aportación a esta y a cualquier crisis social a lo largo de la historia, pero ignoradas a la hora de trazar el camino de salida que las vuelve a dejar invariablemente, en la cuneta.

Por otra parte, para evitar la acostumbrada miopía política derivada de las urgencias y las inercias es obligatorio recordar que resucitar la vida ciudadana obliga a hablar de economía, es evidente, pero no sólo de la economía que santificaba las desigualdades y precarizaba la vida de muchas personas. Habrá que hablar de cuidados, de sus protagonistas y sus condiciones. Habrá que tener en cuenta la sostenibilidad, pero no como principio abstracto sino formulando políticas medioambientales que no se reduzcan a lamentar el agujero de ozono sino que concreten medidas para mejorar la movilidad y ampliar las zonas verdes de la propia ciudad.

Salgamos de la pesadilla sin repetir errores y sin olvidar a nadie, desde la participación y la solidaridad, con un objetivo común, en beneficio de todas las personas afectadas.