A mediados de marzo de 2020, el Gobierno de España decretó el estado de alarma sanitaria ante el imparable avance de una pandemia iniciada meses antes en un mercado de China, y cuya gravedad fue infravalorada por todo el mundo. El país iniciaba un histórico confinamiento para poner freno a los contagios cuya letalidad se cebaba entre la población anciana de la pirámide demográfica.

Meses después, con el objetivo cumplido de romper la cadena de contagios, se inicia el desconfinamiento por fases a través de una lenta desescalada. Vivimos una extraña nueva normalidad ataviados de mascarilla, entrenados en la distancia social y pertrechados de hidrogeles desinfectantes, a la espera de la salvadora vacuna que nos devuelva al más inmediato ayer. Y es que el mundo nunca fue tan reaccionario, ni se echó nunca tanto de menos la antigua normalidad.

Determinados por la nueva, no podemos dejar pasar por alto la celebración del bicentenario de la revolución liberal en Xàtiva. Un radical cambio que como hoy, dio paso a una nueva realidad. Si la de hoy viene determinada por una crisis sanitaria, la de hace dos centurias lo hizo por una coyuntura política impuesta por un pronunciamiento militar. Por tres años, los españoles dejaron de ser súbditos para convertirse en ciudadanos, cuyos derechos y libertades vendrían emanados del texto constitucional aprobado en 1812, durante la Guerra de la Independencia o del francés. Fue la tatarabuela de nuestra vigente constitución, actualmente en estado de hibernación a causa de la alarma decretada.

Fernando VII, tras quitarle la corona a su padre, regalársela a la Napoleón, esperó en un exilio de lujo, que sus súbditos echasen a los franceses. Y cuando los españoles le reclamaron su vuelta, instándole a firmar la nueva constitución debatida en Cádiz por los representantes de la nación, él impuso el absolutismo de nuevo desde València, donde su voluntad se situaba por encima de la ley emanada desde el Parlamento. La soberanía era del rey, y no de la nación. Y Xàtiva lo celebró a lo grande, con músicas, bailes y carrozas de los principales gremios que darían la bienvenida al deseado rey bajo el lema de unión, patriotismo y religión. Y la Plaça del Mercat pasó a conocerse como la de Fernando VII.

Si ahora vivimos bajo el influjo de la Covid, hace doscientos años lo hicimos bajo los cambios de opinión de Fernando VII. El monarca decidió cambiar de normalidad política hacia 1820, forzado por un pronunciamiento militar que se alzó en defensa de la derogada constitución. Corría el 1 de enero de 1820 cuando el coronel Rafael Riego se alzaba contra el absolutismo en Cabezas de San Juan, una población de Sevilla. El rey alarmado por la pérdida de apoyo del ejército, decidió transitar a regañadientes de monarca absoluto a constitucional, mientras financiaba milicias realistas y buscaba apoyos en Europa, para hacer intervenir a los ejércitos de la Santa Alianza, y exterminar a los constitucionalistas. Pero durante tres años, aceptó la nueva normalidad pacientemente en espera de los apoyos necesarios para derogarla, y dejar de caminar por la senda constitucional

El virus del liberalismo alcanzó Xàtiva por las mismas fechas que el coronavirus, con doscientos años de diferencia. Un sábado once de marzo de 1820, el ayuntamiento se reunió de urgencia ante la llegada de la misiva impresa por el rey donde afirmaba. «€he decidido jurar la constitución promulgada por las Cortes Generales y extraordinarias en el año de 1812». Al día siguiente, domingo, bandos, pregones, fiestas, y reposición del antiguo ayuntamiento depuesto por el rey en 1814, tras abjurar de la Constitución de 1812. Ahora se recobraba una legislación caracterizada por erradicar la distancia social. La nueva ley constitucional reconocía que todo vecino de Xàtiva fuese ciudadano, y que no hubiese distinción en el modo de dirigirse a los nobles y demás clases del estado. Se acabaron los estamentos y los privilegios de nacimiento. Ahora todos serían iguales, aunque la misma dependería como ahora del grado de riqueza.

En los meses siguientes, y por fases, Xàtiva se fue adaptando a la sumamente extraña nueva realidad. Organización de elecciones para conformar un nuevo ayuntamiento en base al sufragio de los más ricos, rotulación de nuevas calles, y encargo a los párrocos, que explicasen la constitución política, entre sermón y sermón, sin menoscabo de los oficios religiosos. Ahora se acudió a la Plaça del Mercat para cambiar el nombre de Fernando VII, por el de plaza de la Constitución, y allí se organizó una gran evento para rendir vítores a la Religión, católica apostólica y romana, a Fernando VII, rey de las Españas y su dinastía, y por último a la constitución, ley fundamental que convertiría a España en una nación de ciudadanos de ambos hemisferios, y no en súbditos de un reino.

El 23 de mayo de 1820, los regidores don Ignacio Diego y Mariano Ortoneda, informaban del nombramiento como diputado de las Cortes Españolas a Joaquín Lorenzo Villanueva. El pronunciamiento le había permitido salir de la cárcel donde Fernando VII le había enviado en 1814, después de confiscarle todas sus propiedades por su condición de clérigo liberal y diputado por València de las Cortes de Cádiz, partícipe en los debates que llevaron a la redacción de la constitución, y los decretos previos de abolición del Antiguo Régimen. Había pasado seis años de confinamiento, y ahora el ayuntamiento le comunicaba que había recuperado su antigua normalidad.

Aquella por la que el ilustre setabense luchó durante la guerra del francés para acabar con la imposición del abuelo de Fernando VII, y dejar de ser nueva colonia de San Felipe, para volver a ser la ciudad de Xàtiva, y sobre todo para forjar un sueño, el de ser la cuarta provincia del Reino de Valencia adscrita a la madre España, sede de una diputación provincial, y donde además la Colegiata adquiriese la condición de catedral, y se aplicase una reforma del clero regular, que llevase a los procesos de exclaustración y desamortización que en las décadas subsiguientes dejarían a Xàtiva sin frailes. Un sueño que duró tres años hasta que Fernando VII volvió a repudiar la constitución de 1812. Esperemos que la pesadilla del coronavirus dure menos.