en las noches estivales que se avecinan, quienes no han podido retirarse al exilio dorado de Bixquert o similar tienen dos opciones para conciliar el sueño. O abrazarse al aparato de aire acondicionado y disfrutar de sus servicios sin pensar en el efecto nocivo que puede causar en la salud y en el bolsillo. O abrir las ventanas para aliviar así el insoportable calor de las noches setabenses. Quienes se decantan por la segunda opción afrontan un riesgo añadido que todavía hará más difícil conciliar el sueño: los molestos y cabreantes ruidos que no permiten dejarse abrazar por Morfeo o cualquiera que sea el tipo o tipa en cuestión que nos brinda el descanso que necesitamos.

El catálogo de ruidos es infinito pero se podrían establecer algunas categorías a las que seguramente habrá maldecido en alguna ocasión gran parte de la población.

El ranking lo encabeza sin duda el ruido producido por la gente que se divierte, mientras que otros intentan dormir. Ya en 2018 un estudio con mediciones realizadas en la zona de la plaza del Mercat de Xàtiva y las calles adyacentes, mostró que se superaban en 20 decibelios los límites acústicos permitidos por ley. Y aunque desde el voluntarismo y la responsabilidad política se arbitraron campañas pedagógicas y sensibilizadoras, fueron „a la vista de los resultados„insuficientes. Es un conflicto eterno entre el ocio y el descanso que no tiene más solución que un pacto equitativo donde todos pierdan y todos ganen algo y se suscriba ante un ojo vigilante y punitivo que garantice su cumplimiento.

Pero no solo el vecindario en convivencia mal avenida con el ocio ajeno tiene problemas para ensobrarse por la noche. Quienes viven en determinadas calles y en determinados días saben que por las ventanas abiertas entra también el ruido ensordecedor de las motos trucadas para mayor gloria y prestigio de sus dueños que al parecer ganan puntos en función del ruido que pueda generar.

Con los arreglos oportunos esas motos se convierten en verdaderos instrumentos de tortura para quien aspira al sueño de los justos, en heroica lucha contra el calor, los mosquitos y las preocupaciones que cada cual lleva encima. En 2011 el ayuntamiento determinó que el tráfico rodado era el principal foco de contaminación acústica, por lo que la reducción del límite de velocidad o el control de las motocicletas debía ser una de las actuaciones necesarias.

Quizás por eso, en 2012 se aprobó una ordenanza municipal de protección contra la contaminación acústica en la que se dicen cosas tan interesantes como que «todo vehículo que funcione con el llamado escape libre o cuyo silenciador se encuentre incompleto, inadecuado o deteriorado, será denunciado e inmediatamente inmovilizado...». Así que sólo queda el pequeño problema de hacer cumplir las ordenanzas que, es de suponer, para eso se aprueban, aunque requiera valor y amnesia electoral.

Es salud. Por último, el anhelado silencio nocturno se enfrenta a otros enemigos sibilinos, pero letales. Véase esos aparatos de aire acondicionado que ya deberían estar jubilados, cuyos motores rugen en mitad de noche como un Boeing 747. O esas lavadoras que centrifugan a altas horas de la madrugada causando un sobresalto indescriptible. Dormir es un derecho que como todos limita la libertad de otros. La libertad de oír música a todo volumen a altas horas de la noche, de apretar el acelerador para sentirse piloto de carreras o de hacer la colada de madrugada. No es un privilegio, ni un capricho sino un derecho básico de ciudadanía, una cuestión de salud pública, un principio de convivencia que debe ser protegida por quienes deben defender el bienestar colectivo.