Este domingo arrancan las XII Jornades d'Art i Història, dedicadas en esta ocasión a conmemorar el 500 aniversario del convento de la Consolació de Xàtiva y a rendir homenaje póstumo al historiador del arte Lorenzo Hernández Guardiola, con un recorrido cultural por Bocairent. El exalcalde de la población, catedrático de filosofía e inspector de educación Josep Vicent Ferre, hará de cicerone para llevar a los asistentes por los lugares más emblemáticos de la localidad, con especial atención al monasterio de las agustinas, del que recientemente publicó un estudio dedicado a la historia de una fundación que, como el convento de Xàtiva, también cumplirá próximamente 500 años.

El monasterio de agustinas de Bocairent. Historia de una fundación familiar(1556-2004) fue publicado por la Editorial Agustiniana en 2018. Constituye todo un documentadísimo estudio en el que Ferre radiografía los casi cinco siglos de historia de una fundación que nació en 1556 y despareció en 2004 por falta de vocaciones, y constituye todo un manual para entender el sentido de la religión en la configuración de un universo femenino lejos del dominio de un hombre. En el código de honor de la época, la jura de votos religiosos como monja de clausura, era la mejor salida para la mujer que no casaba.

El acaudalado clérigo Melchor Ferrer lo fundó en julio de 1556 como generosa donación de su patrimonio particular. Extramuros de la villa, y enclavado en un paraje lleno de cavidades naturales, el eclesiástico donó las primeras infraestructuras del futuro edificio y realizó una serie de aportaciones económicas para asegurar la subsistencia de las religiosas. Las mujeres descendientes de su linaje y las naturales de Bocairent, estarían exentas del pago de dote que exigían para su ingreso.

A pesar de acoger a las hijas no casaderas de la burguesía y aristocracia del momento, como a su primera gran priora Baptista Conques, se organizó como un monasterio pobre y modesto, con un censo reducido de monjas, explica Ferre en su trabajo. Se financió con censales, adquisición de deuda pública y las dotes de las aspirantes a ser religiosas de clausura, que permitieron financiar su sustento e introducir la diferenciación social entre unas monjas de acuerdo con el estatus económico de su origen familiar. Lo que, como explica el profesor Ferre, llevó a una fuerte jerarquización entre monjas profesas, de obediencia y novicias, y por encima de todas, las religiosas de velo negro, que llevarían las riendas de la institución por ser las que mayor dote habían aportado, según señala.

La peste y otros males

El convento sufrió los embates de la peste del siglo XVII y los favores reales que le permitieron adquirir bienes rústicos para convertirse en una institución gestora de un importante patrimonio. Por el monasterio pasaron acaudaladas jóvenes, hijas ilegítimas, huérfanas, o jóvenes doncellas cuyas familias buscaban una educación esmerada para señoritas de buena cuna. Y, como cuenta su autor, no sólo profesaron mujeres en régimen de clausura. También hubo beatas con hábito de agustina, mayores de 40 años, de buena virtud y mejor fama, que podrían pernoctar fuera de la institución, o las donadas, que sin jurar votos, residían en el convento al servicio de las monjas, según indica Ferre.

Y también muchísimas en olor de santidad, donde el autor recopila las biografías de las que más destacaron en este aspecto al conseguir la más completa purificación a través del sufrimiento: como Juan Ximénez, que nunca durmió en una cama por no considerarse merecedora de ella; Jerónima de Llopis, la «madre de los brazos de hierro», capaz de rezar de rodillas con los brazos en cruz durante horas, o de Paula García, amante de la penitencia por azotes, y se los daba tan fuertes que eran oídos por todas las monjas y le llevaron a acabar con su vida en un exceso de tan brutal de mortificación. También reseña Ferre en su libro las monjas que fueron juzgadas por el Santo Oficio al ser vehementi en la fe, es decir, que se creían iluminadas por la Gracia de Cristo.

En el siglo XVIII, el crecimiento económico de la Villa de Bocairent se tradujo en que el monasterio invirtió rentas en la compra de inmuebles, tierras y regalías reales como hornos de pan, que se dejaban en manos de arrendatarios, para obtener ingresos que permitiesen mayor desahogo de una institución que aprovechaba las condiciones de aquella nueva coyuntura económica para cambiar y mejorar sus fuentes de financiación. Pero, su esplendor económico chocó con los principios de la Ilustración que criticaba la falta de utilidad social del clero regular, cuyo número en España se consideraba excesivo. Aunque, como analiza Ferre, el reformismo fue más estricto con la exclaustración de los masculinos, que no de los femeninos.

Desamortización

Con la llegada del siglo XIX, y la consolidación del liberalismo como sistema económico y político en Europa, se produce la negativa incidencia de las desamortizaciones en la prosperidad económica del monasterio, explica Ferre. Aguantó la desfavorable coyuntura impuesta por la desamortización de Godoy, la Guerra de Independencia, el decreto de exclaustración promulgado en el Trienio Liberal, pero no la incidencia de la desamortización de Mendizábal, que desposeyó al monasterio de propiedades rústicas, urbanas, y todos los arrendamientos derivados. A partir de entonces las dotes de las monjas se invirtieron en valores del estado o sociedades de crédito al 4% para financiar la subsistencia de unas religiosas que se vuelven así más pobres, y acrecientan también su régimen de clausura, acabando con la jerarquía impuesta por el diferente estatus económico. Tras las desamortizaciones liberales, Josep Vicent Ferre profundiza en el libro en la decadencia de un convento que soporta la coyuntura laicista de la República, y sobre todo, la incidencia de la Guerra Civil, en la que afortunadamente ninguna de las religiosas sufrió violencias, y sólo tuvieron que soportar ser secularizadas a la fuerza.