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La ciudad de las damas

HEROíNAS, NO. GRACIAS

HEROíNAS, NO. GRACIAS

Héroe es Superman, ese tipo ocurrente que va vestido con unas mallas ajustadas y se sube por las paredes. O quizás ése es Spiderman, no se acaban de distinguir bien. Heroína es Juana de Arco, que ya sabe que no tuvo un final feliz. Pero no son héroes ni tienen ningún interés en serlo muchas mujeres y hombres que así lo han declarado y que desean afrontar sus responsabilidad profesionales ahora, como han hecho anteriormente, para hacer lo que les toca como toca, sin aspavientos admirativos, simplemente poniéndose su uniforme, fichando a su hora, cumpliendo sus obligaciones y ganándose el pan con dignidad y profesionalidad.

Lo único que sucede es que las circunstancias vividas han puesto en valor la enorme importancia de algunos trabajos y ocupaciones que gozaban de escaso visibilidad y prestigio social. Ese reconocimiento público se reservaba, por ejemplo, para futbolistas y otros animales mediáticos que embobaban al personal en base a unos méritos que de ninguna manera justificaban sus privilegios sociales y económicos. Pero la experiencia del confinamiento trastocó esa visión inducida y mentirosa del valor de los trabajos y generó una valoración, en general sincera, de profesiones normalmente ignoradas y devaluadas que, de forma nada casual, desempeñan las mujeres.

Sonó la hora de las cajeras de los supermercados (aunque ahora en Xàtiva, haya grandes cadenas que las dejan en la calle sin que les tiemble el pulso), de las limpiadoras, de las auxiliares de enfermería... un sinfín de categorías profesionales infravaloradas, y totalmente carentes de prestigio. Todas ellas, —por obra y gracia de ese bicho francamente desagradable, que pintan redondo y lleno de cráteres lunares— se convirtieron en estrellas del sistema, merecedoras de reverencia y peloteo, susceptibles de obtener el homenaje social, aunque con fecha de caducidad. No hay nada mejor para curar la miopía existencial de la gente, que percibir que es una buena limpieza y desinfección lo que salvará nuestras vidas, que nuestro bienestar no depende del gol de alguna carísima estrella, sino de la reponedora que nos facilita ese papel higiénico, objeto de nuestros deseos irracionales. Seguro que todas ellas hubieran agradecido más allá de los aplausos pactados en horario prefijado, algunas medidas concretas que mejoraran sus condiciones laborales. Y ya no se trata solo de salarios, que también, sino del aumento de medios y plantillas para hacer frente con todas las garantías a sus tareas.

Cuesta llegar hasta el final. Y es que ejercer de héroe o heroína, sale caro. Su vida es solitaria y se las ha de apañar sin ayuda. Cierto que al final suele salir ganando, pero hasta alcanzar la victoria final —lo que sucede casi cuando salen los títulos de crédito que anuncian el fin de la película— ha de recibir golpes y palizas e incluso perder a alguien a quien estimaba, y todo para ser rápidamente olvidado hasta la aparición del próximo villano La heroicidad no es buen negocio. Es mucho más rentable la responsabilidad y el coraje. Ambas cosas necesarias para caminar hacia adelante y mirar al futuro con esperanza. A estas alturas de la pesadilla, se hace imprescindible huir del relato catastrófico, del cuento de terror con el que algunos fomentan paranoias y cultivan la insolidaridad para imaginar, con inteligencia y sensatez, que las cosas pueden ir mejor. Y hacerlo, no desde el buenismo ingenuo sino desde la confianza en poder hacerlo porque hay gente que vale la pena. Si no apostamos por la esperanza, si el relato de nuestro fracaso como sociedad no se nos cae de la boca, si nos regodeamos en las miserias propias y ajenas con verdadero obcecación, al final esa será la realidad de la que no podremos escapar.

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