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La Ciudad de las damas

LA MEJOR DEL MUNDO

LA MEJOR DEL MUNDO

No se puede vestir un santo desvistiendo otro, que es metáfora muy gráfica que describe lo que está pasando con nuestro sistema de salud, al que se está dejando literalmente en bolas intentando que haga frente a las nuevas urgencias derivadas de la emergencia sanitaria a la vez que debe seguir atendiendo a personas con dolencias que no provienen del virus pero ahí están, como estaban antes, como estarán después.

Con la esquizofrenia que nos caracteriza presumíamos, y con razón, de tener un sistema de salud de altísima calidad, el mejor del mundo concretamente. Del que se hablaba con orgullo porque se había ganado a pulso una confianza ciega en su capacidad de garantizar nuestro bienestar. Porque así lo hacía, dentro de unos parámetros de calidad asistencial más que aceptables y, lo que es más importante, defendiendo a capa y espada su carácter gratuito y universal, muy lejos de esas sociedades que se dicen desarrolladas, en la que se deja morir a gente con enfermedades curables porque no pueden pagar sus seguros médicos.

Sin embargo, todo lo anterior no ha sido nunca impedimento para denunciar, con más o menos éxito, que las plantillas eran insuficientes y las listas de espera excesivas, que la gestión de los recursos disponibles era claramente mejorable; que hacían falta mayores inversiones, etc? Pero, en conjunto, la máquina funcionaba. Sobre todo gracias a la profesionalidad de sus trabajadores y trabajadoras. Ahora, una de las realidades que la pandemia ha puesto patas arriba es la fragilidad de nuestra sistema sanitario que no es casual sino fruto de los ataques de quienes buscan hacer negocio también con nuestra salud.

Por eso, una de nuestras nuevas preocupaciones, en Xàtiva también, es no enfermar para no necesitar atención médica. Sabemos que si nuestra patología es importante, ahí están las urgencias para atender infartos o ictus y salvarnos la vida. Pero si nuestro malestar es menor, si no es mortal pero compromete gravemente nuestro bienestar y necesitamos que un médico, a ser posible el nuestro, nos "vea" hay que olvidarse de tal pretensión y confiar, como mucho, en que nos "oiga". Esperaremos impacientes una llamada telefónica, ese número largo que aparecerá totalmente a traición e igual nos pilla en la cola de la caja del supermercado o en el tren. Y desde allí, nos tocará relatar nuestros síntomas ante orejas ajenas y perdiendo todo derecho a la privacidad.

No es el sistema ideal, ya que hay quien no es capaz de describir dolores o malestares, quien se aborrona y confunde. Para muchos será preferible sufrir en silencio o automedicarse según recomendación popular. Quien se lo puede pagar, acudirá a una consulta privada donde le atenderán de mil amores, eso sí, previo pago. Y quien no calibre bien su malestar se arriesga a una peligrosa peritonitis.

Al límite. Nuestro sistema de salud ha de seguir siendo la joya de la corona, y no parecerse a una presa a punto del reventón. Algunos se han dedicado a desbaratarlo durante largos años, privatizando hoy lo que ayer era público. Otros la están sosteniendo, desde hace mucho tiempo, a base de esfuerzo y dedicación. Es el personal sanitario, de enfermería, especialistas, personal auxiliar y gestores que se están dejando la piel para seguir prestando un servicio insustituible que es, además, garantía de salud democrática. Pero alcanzado este punto de no retorno, puestas en evidencia las carencias estructurales, se hacen imprescindibles fuertes inversiones y amplias contrataciones que permitan tener „y no solo presumir de ella„, la mejor sanidad del mundo. La que enorgullece a un país porque atiende a todas las personas sin distinción y posee los recursos humanos y materiales para hacerlo bien.

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