L a noticia sobre los últimos procedimientos de despidos colectivos que afectan a los medios de comunicación en la Comunitat Valenciana —El Mundo, Levante-EMV e Información— es alarmante para una profesión con vocación de servicio público y que está pasando, posiblemente, por los peores momentos de su historia. Y ello es especialmente sangrante en el ámbito de la información local y de proximidad, ahora más necesaria si cabe, con la excepcional situación motivada por la pandemia de la COVID-19, para tratar de contrastar el discurso oficial lanzado a golpe de nota de prensa y comparecencias políticas en la que no se admiten preguntas.

Los y las periodistas de información local y de proximidad en los que se están cebando los despidos en las redacciones de la Comunitat Valenciana ya venían trabajando en unas injustas condiciones de precariedad que se van a tener que asumir, corregidas y aumentadas, por los compañeros y compañeras que queden en aquellas delegaciones que no echen el cierre. Y todo ello pese a las subvenciones públicas que las empresas que dirigen estos medios es público y notorio que están recibiendo. Los profesionales, así, no pueden trabajar con la dignidad exigible a su función social y con la calidad que la complejidad de la sociedad actual, incluidas las peculiaridades de cada comunidad local, requiere.

No es precisamente la ausencia de demanda de información una justificación a estos despidos, cuando la intensidad por conocer la cambiante situación diaria a la que se enfrentan todas las personas en pueblos y ciudades ha sido y es creciente desde los meses de confinamiento casi total. Se sigue queriendo conocer más sobre la realidad y, concretamente, sobre lo que está ocurriendo en el entorno más cercano, tal vez como una forma de no perder, después de ya tanto tiempo, el contacto con la realidad local de la que esta enfermedad y sus consecuencias ha alejado, físicamente y por un tiempo, a la mayoría de la sociedad local.

El peligro latente, y cada día más evidente, de la masiva información que está fluyendo a través de internet y las redes sociales, en forma de las ya tristemente conocidas como fake news, alejadas de criterio, rigor, profesionalidad y experiencia, es la intoxicación de la opinión pública, bombardeada con opiniones interesadas, falsedades y bulos que cada vez, incluso para las personas familiarizadas con estos mensajes, son más difíciles de detectar, impidiendo separar la información fiable de la que no lo es. Es una manipulación que afecta sobre todo al numeroso segmento de población de mayor edad, víctima de una brutal e incentivada brecha digital, y que, sin periodistas locales, va quedando huérfano y aislado de la información veraz que podía leer en su desaparecido periódico —que ya no se vende en el también desaparecido kiosco cercano a su domicilio—, o que ya no escuchará de la voz, asociada a una cara familiar y conocida, de la emisora de su población.

Es cierto que la tragedia en la que ha quedado sumido el tejido económico de la mayoría de las áreas locales afecta de lleno a la viabilidad de sus medios de comunicación, que se nutren de la publicidad de empresas, comercios y profesionales. Sin embargo, la necesidad de promoción y publicidad que comportará la reactivación de la actividad y el negocio va a seguir existiendo mientras exista público objetivo. En los ámbitos más locales, los mensajes, los contenidos, las imágenes, las evaluaciones o los pronósticos, seguirán necesitando de la interpretación informativa de acuerdo a la realidad de cada sociedad local, así como contrastar la información institucional preguntando, averiguando y con la necesaria participación y colaboración de la sociedad civil local.

No soy periodista, pero manifiesto el más absoluto respeto por los y las profesionales que se han formado y que ejercen el oficio, en el marco del derecho constitucional a comunicar o recibir libremente información veraz y a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra o el escrito. Y me solidarizo con todos ellos y sus reivindicaciones, especialmente con los de esta edición comarcal de Levante-EMV, sin cuyo trabajo y esfuerzo diario no sería posible que viera la luz esta humilde columna de opinión.