Cuando uno sale de viaje y prepara la maleta tiene la fastidiosa costumbre de hacer suyo el conocido «por si». Eso es: «por si hace frío, el gorro», «por si hace calor, el bañador». Cuando uno mira al pasado y se da cuenta de que ha metido la pata o no ha reaccionado a tiempo a lo que debería haber reaccionado, utiliza entonces el «tendría que», y lo malo es que entonces hay quien contesta aquello de «¿ahora te das cuenta?». O «¿de que te sirve lamentarte ahora?», o tal vez mucho más fácil: «a buenas horas, mangas verdes», recordando aquel dicho de que la policía de la Santa Hermandad, precedente de la guardia civil, en tiempos de los Reyes Católicos, siempre llegaba tarde cuando se le necesitaba.

Al alcalde de Xàtiva le están dando por todas partes, «y lo que te rondaré morena». Al primer edil de la ciudad no se le ocurre otra cosa que reconocer que debería haber tomado medidas más contundentes en cuanto a las prohibiciones para evitar los contagios por Covid y que la decisión de reabrir el ocio nocturno «debería haberse reflexionado un poco». Ole, Ole y Ole. ¿Lo sabían todos menos él?

Simplemente hay que repasar la hemeroteca y las redes sociales y comprobaremos como se le avisaba de que lo del Mercat era un escándalo, lo del Belén una locura, y el no cerrar perimetralmente cuando era el momento, una inconsciencia por su parte y todos aquellos que le rodean. Pero el aviso no fue para navegantes y cayó en un saco tan roto que ahora estamos pagando las consecuencias. Fuimos felices mientras nos duró la alegría y ahora la alegría se vuelve tragedia. Evidentemente no vamos a ser tan ingenuos como para culpar únicamente al alcalde, pero sus decisiones son las suyas y tiene que apechugarlas porque no puede ignorar su cargo y la responsabilidad que conlleva.

El Belén era un absurdo, y el Mercat un imposible, para contentar a aquellos que le pedían manos libres. Alguien le susurró al oído «no hagas tantos excesos que cada vez son más tristes las canciones de amor». Y entonces vimos atónitos la clausura de un par de bares cuando en realidad ninguno era necesario que estuviese abierto, si se veía venir el nuevo problema, pero era su opción, su forma de entender la lucha contra el virus. Contentar a cinco para fastidiar a seis. Cerrar el Teatro y la biblioteca y la Casa de la Cultura y el ayuntamiento y dejar que los «federados» corriesen a sus anchas por la Ciutat de l’Esport o que los grandes centros comerciales, esos que dejan la pasta gansa en los cajones municipales, colocasen el «ya no cabe ni un alfiler» en su interior.

Y luego, una vez establecido el cierre perimetral, que para eso sí que hubo rueda de prensa virtual, declaraciones a los medios y documentos oficiales para recibir el aplauso de los allegados, se recurrió a la consciencia y responsabilidad de los ciudadanos para cumplir la orden, porque la vigilancia está siendo tan rematadamente pobre que dan ganas de llorar. Cierran una entrada o salida con un bloque de hormigón con una mínima señalización que se roba por la noche, y se deja la mole a su suerte para provocar algún accidente. Un movimiento de Pepe Gotera y Otilio.

Jugar a la ruleta rusa es tan sumamente peligroso que alguna bala puede quedar suelta en alguno de los bandos. El presidente gallego Nuñez Feijóo llora pidiendo confinamiento total cuando antes vomitaba sapos y culebras contra esta decisión. Pablo Casado insinúa ahora un apoyo al gobierno para un cierre en todo el estado, después de haberse curado el callo de la mano derecha que le ha salido por quitar nieve con una pala nueva a estrenar, y de haber actuado como un mafioso poniendo todas las trabas posibles al ejecutivo con acciones cicateras y traidoras durante la alarma. La pajarita de Madrid sigue pensando a quien le dará de sus amiguetes unas cuantas decenas de millones de euros que le queman en el cajón. El ministro de Sanidad Salvador Illa se ha instalado definitivamente en el «No es No», después de que le entorpeciesen todas las medidas impopulares que tuvo que tomar en su momento. Y aquí lloramos de rabia al contemplar un hospital a rebosar y una UCI que ya no tiene recursos. Donde las cifras bailan terroríficamente y no hay espacios para los enfermos. ¿Ahora llega el momento de la lamentación por no haber tomado medidas más drásticas? Hay quien dice que escucha a Roger Cerdà tararear la estrofa que le tranquiliza la existencia, «siempre que me confieso me doy la absolución».