El pasado verano mandaba una de mis colaboraciones a este rotativo con el título de «Me vendieron la moto», repasando la vida social, política y cultural de un caluroso mes de julio en Xàtiva. O sea, nada nuevo bajo el sol. Quizás con un poco más de cachondeo, unos datos más divertidos, un razonamiento más serio y conclusiones más meditadas. Lo de siempre, vaya.

Después de la entrega de la colaboración, un viejo colega (por llamarle de alguna forma), tuvo la delicadeza de mandarme un correo donde me decía «aquest article és, senzillament, formidable; jo el declararia BIC». (Be d’Interés Cultural). Como se nota que me quiere –pensé- porque uno no está acostumbrado a que le lancen piropos de esta índole. Que uno ya está mayor para recibir halagos y parabienes, y eso solo ocurre cuando te hacen un homenaje después de muerto. Lagarto, lagarto. Que más quisiera yo que ser un BIC. Hasta ahí podríamos llegar!

Y es que el mundo de la comunicación y la información ha entrado en la espiral de que o se gana pasta o se manda todo al carajo, llámese periodistas o periódicos, radios o televisiones. Ahora, aquí, el más tonto se inventa un programa y en cuanto funcione mínimamente, se le abren las puertas del cielo. Estamos tan completamente tarados, que hemos aceptado esta situación como algo muy normal. Tan normal como desayunarnos con opiniones tan manidas e impresentables de que si el equipo de gobierno de Xàtiva decide ayudar a los comercios, restauradores, bares y cafeterías, resulta que se trata de una decisión que hay que aplaudir y quitarnos el sombrero y hasta la gorra. No hay tiempo para pensar que para qué están, cobrando un sueldo apañado, sino para hacer su trabajo, porque eso del servicio público quedó tan enterrado como los viejos proyectos de Xàtiva Patrimonio de la Humanidad. Si tenemos que aplaudir cada sonrisita y cada decisión de quienes gestionan su dinero y el mío, es que estamos fallando en algo. Y ese algo es una peligrosa dejadez denunciable punto por punto, palabra a palabra. Es aceptar la política donde los intereses particulares y de grupos creados, están por encima de los colectivos sociales.

Es necesario, a mi modesto entender, desmontar de una vez por todas las cloacas del amiguismo, el enchufismo y los secretos guardados al ritmo de los tragos del gin-tonic que cierra los negocios. Y el mundo de la comunicación necesita de una limpieza que rasque hasta hacer sangrar las pieles de la prepotencia.

Quienes llevamos años escribiendo en negro sobre blanco, las hemos visto pasar de todos los colores y en estos momentos la información es un negocio para quienes la controlan y ganan dinero con ella. Siempre lo ha sido, pero ahora mucho más. Una gran mayoría de medios de comunicación ya no dependen de la comunicación para ser rentables, sino de quienes mantienen su estructura. Mercadona vende una crema a 5 € y eso es portada. O su horario de apertura y cierre. La inmobiliaria de Pepito tiene en oferta 147 pisos de un fondo buitre y se anuncia en una doble página a color. Después ya vendrá la compensación publicitaria. ¿Qué donde dice usted que existe corrupción? De eso nada, monada. Eso no lo decimos si perjudicamos a los amiguetes. La fuente de la información y comunicación se está secando a marchas forzadas y se está jugando a un peligroso juego de intereses particulares aborrecible y criticable.

Todo ello nos lleva a la conclusión de que «Sin periodistas no hay periodismo» utilizando el lema contra los ERE en las redacciones, y añadiendo «para defender el futuro de nuestra profesión denunciando la crisis que está sufriendo nuestro sistema comunicativo». Pero, ¿eso le importa a alguien? ¿Se valora realmente a los buenos periodistas? ¿Se les deja trabajar en paz sin abrirles la puerta del hasta luego?.

Evidentemente servidor no es ningún BIC, pero quizás sí lo sea quien me otorgó tal honor inmerecido. Simplemente porque es y será periodista, de esos que quedan muy pocos y que aprendió el oficio escribiendo. Escribiendo muy bien. Y dejando toda la libertad posible a quienes hemos compartido mesa y mantel, máquina de escribir y habitación llena de humo antaño hasta altas horas de la madrugada. Que no es poco.