DIMARTS MERCAT

Lo que está escrito queda por escribir

Lo que está escrito queda por escribir

Lo que está escrito queda por escribir / Vicent Soriano

Vicent Soriano

Les hablaba suavemente al oído estos días pasados, convencido de que no interpretaban mi mensaje, pero las muy puñeteras abrían los ojos, y mientras les acariciaba la diminuta cabecita y les decía lo guapas que eran, y eso que siempre se repite de me les menjaria, jugaban a dormir y despertar al mismo tiempo. Cerraban y abrían los ojos, sonreían y se quedaban «fritas» de repente, y siempre buscándose, como los que buscan la caricia del cuerpo y necesitan encontrar la paz de las estrellas en cada movimiento. Al final era necesario un cambio de pañales porque con menos de un mes de vida, no era cuestión de dejarlas a su suerte.

Esa decisión no rompía la magia del momento sino que aumentaba la complicidad, la mirada trasparente y las palabras dulces, convencido, un servidor, que nuevos tiempos estaban por llegar y nuevas hornadas nos venían jubilando sin prisas, pero sin pausa. Nuevas criaturas que nos venían a empujar a la reflexión de que el tiempo es inexorable y cruel, pero al mismo tiempo agradecido y amable.

Continué hablando al oído y acariciando su escaso y suave pelo para hacerles comprender que pronto, muy pronto, deberán enfrentarse a su propia realidad precisamente en una ciudad que es la suya, aunque viesen la luz unos cuantos kilómetros más allá de la capital de la Costera, en un tiempo de pandemia, de miedos y preocupaciones, donde la muerte —tan cruel como siempre— estaba siendo la protagonista día sí y día también y donde meses atrás los hogares fueron los refugios elaborados a golpes de esperanzas, de que todo pasaría tras un confinamiento que nos hizo daño, mucho daño durante las horas solitarias o en compañía, donde vimos pasar la vida entre un jardín de rosas de primavera que se preparaba para robarnos el mes de abril y consecuentemente el poder de nuestras decisiones. Y nos robó el mayo, junio, julio y agosto, pero sobre todo nos robó los abrazos y los besos, las caricias amigables y el fuerte apretón de manos. Nos robó mostrar la boca y los labios y por ello que las palabras y frases de amor sonasen sordas y vacías. Pero ese confinamiento nos hizo saber, al mismo tiempo, que muchas cosas estaban por llegar y que aunque nada sería igual, al menos serviría para comprender que nos necesitamos unos a otros para ser felices y para vivir la vida que podamos elegir, precisamente esa, la que flota entre las estrellas de la compresión y la solidaridad. Porque como dice un tatuaje que se luce en el brazo: «el meu país és un estel», y ya ves que tontería —dirán algunos— pero cada uno es de donde quiere, si allí o aquí sabe vivir y comprender que todo, absolutamente todo, puede ser.

En estos tiempos de pandemia donde cierran los bares, donde la economía se va al garete, el toque de queda nos parece de lo más normal, cuando solo pronunciar el nombre ya impresiona, y las cifras se comprenden con máquina de calcular, es necesario un rayito de esperanza y una simple sonrisa para pagar la deuda de aquello que todavía no hemos consumido pero sí que podemos establecer como la meta de nuestros deseos.

Acaricio sus cabecitas y vuelven a abrir sus ojos de sorpresa para no ver nada, o tal vez intuir un iaio «cascarrabias» que se siente feliz de ser parte de ellas mismas. Pasarán los años y deberán ayudar a construir una ciudad mejor, un núcleo histórico donde vivieron sus antepasados que tendrán que salvar; una historia que les atrapará con sus dulces manos y desde el castillo de Xàtiva podrán soñar allí on comença l’horta i acaba el secà; donde tendrán la clave de la ternura y alguien les cantará una nana y les enseñará que ellas también pueden ser el rent que fa pujar el pa i les claus que obren tots els panys. Sus ojos verán que todo es posible y que en ocasiones la resistencia es precisa y necesaria para que vivamos tossudament alçats, sin desfallecer en el largo caminar de la vida que les pertenecerá desde ahora, desde este mismo momento en que Xàtiva las acoge con el cielo nublado de la tormenta que viene anunciando una nueva primavera. Bienvenidas Ona y Eva, todo lo que está escrito es lo que queda siempre por escribir.

Yo sigo acariciando sus cabecitas mientras ahora ya duermen plácidamente. Es tiempo de emociones y de conocer que de nuevo el alba les traerá el mensaje de eso tan desconocido que será un salmo de creencias en una sociedad más plural y necesaria.

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