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Cuatro hermanos nonagenarios dan esperanza a la vacuna en Anna

Juan, Pepe, Salvadora y Aurelio Sancho Gascón, de entre 90 y 102 años, se reencontraron en el centro de salud para recibir la primera dosis en una imagen que ha emocionado al municipio

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Juan Sancho Gascón nació el 24 de noviembre de 1919. Pepe Sancho Gascón, el 2 de mayo de 1924. Salvadora Sancho Gascón, el 24 de diciembre del 26. Y Aurelio Sancho Gascón, el 31 de julio del 30. Como puede deducirse por la concidencia de apellidos, los cuatro son hermanos. Y la semana pasada acudieron juntos al centro de salud para, espontáneamente, formar la imagen más amable de la pandemia en Anna. Los cuatro hermanos, con sus 382 años de vida acumulados, recibieron allí cuatro de las primeras vacunas destinadas a la población general de su localidad. El pueblo, para el que el azote del Covid-19 ha sido dramáticamente agresivo, encontró en la fotografía de su familia más longeva recibiendo la primera dosis una brillantísima luz al final del oscuro túnel de la epidemia.

Los cuatro atienden a Levante-EMV por teléfono, confinados desde sus casas. Su vacunación no está completa:les falta la segunda dosis, que recibirán en un poco menos de dos semanas, por lo que aún no están enteramente inmunizados. Esperando el día para la cura, trasladan su estado de ánimo. Juan habla con su cuidadora Francis de intermediaria:«Dentro del mal, me encuentro bien. A estas edades qué puedes esperar ya» explicaba con su voz centenaria. A Pepe, que dice estar «malhumorado» tras tanto tiempo encerrado, le asiste su hija Carmen, con quien vive. Aurelio, que reconoce estar «un poco nervioso» ante la breve entrevista,habla a través del móvil de su hija Lolín. Y Salvadora, junto a su hija Dorita, repasa de carrerrilla las penas de los últimos meses:«Ha sido un año muy malo. Lo hemos pasado con miedo, porque hay gente que se ha puesto muy enferma y ha muerto. Hemos tenido que estar en casa, sin salir, buscando otro entretenimiento. Pintando, y viendo la tele», comenta.

Entrada la vejez, la felicidad se encuentra en la compañía. En una pandemia que ha fulminado las relaciones sociales más allá de las pantallas, a los hermanos nonagenarios solo les ha quedado la resignada espera del día en el que puedan salir a la calle y reencontrarse con los hábitos que echan tanto de menos. Aurelio, ir a jugar «al truque y al solitario» al bar de al lado de su casa. Pepe, a disfrutar de esas mismas partidas, pero como espectador. Salvadora retomará los paseos con su amiga y las charlas por el camino con sus vecinos. Y Juan, a respirar los aires de Anna, que serán otros cuando acabe la epidemia: «Entre esto, y que no puedo andar, casi que no dan ganas de salir», sostiene. Al teléfono desde su silla de ruedas, recuerda que esta no ha sido la primera pandemia que vive:en su niñez, vio a Anna sufrir un episodio de gripe española cuando la epidemia ya estaba en sus estertores:«Fue más fuerte. Para saber en qué casa había muerto alguien, ponían una silla vacía a la puerta», evoca.

Aquella vez no hubo vacuna que valiese. En esta ocasión, sí. En el momento del pinchazo los cuatro, que se veían juntos por primera vez en meses, recordaron a sus dos hermanas mayores, fallecidas años atrás —«también se hubieran puesto la vacuna, seguro», afirma Salvadora— y paladearon lo cerca que queda ya el reencuentro con la familia al completo. «Nos juntábamos siempre en los cumpleaños de cada uno, y todos nos veíamos a menudo», cuentan los cuatro. Más allá de la vuelta a las calles, al bar, de los saludos a los vecinos y del resto de pequeñas cosas que la vacuna permitirá recuperar, esa primer reunión familiar será la gran victoria del año para los Sancho Gascón, que todo el pueblo compartirá como propia. En las sonrisas que se les adivinaba tras la mascarilla, Anna ha encontrado la certeza de que el coronavirus no es el final, de que de la pandemia se podrá salir.

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