La denominada Finca del Cuartel de Xàtiva ya tiene escrita su historia. Se ha publicado el libro que nos puede ayudar a entender por qué se derruyó un claustro conventual franciscano para alzar un gigantesco bloque de edificios, considerado en su tiempo como la finca de pisos más moderna de la ciudad, hoy tildada como la mayor aberración arquitectónica cometida sobre la entrada al casco antiguo. Sin caer en anacronismos, Vicente Gabriel Pascual nos lo explica en El convent de Sant Francesc de Xàtiva: arquitectura, patrimoni i societat, obra ganadora del premio Carlos Sarthou 2019 en la modalidad de ensayo e investigación histórica, cuya presentación tuvo lugar el pasado viernes.

Sant Francesc, de convento gótico a bloque de viviendas

La historia de la presencia franciscana en Xàtiva se inició en el momento que la ciudad es conquistada por Jaume I. Su primer emplazamiento se situó extramuros de la urbe, y posteriormente la ratificó Jaume II. A mediados del siglo XIV, el estallido de la guerra contra la corona de Castilla llevó a la destrucción del primer emplazamiento, y a situarlo intramuros, al final de la calle Moncada.

El historiador Vicente Gabriel postula que debió alzarse todo el conjunto entre 1366 y 1373. Un espacio enorme que tuvo su claustro, portería, refectorio, dormitorios, e iglesia, lo único que se ha podido salvaguardar de la piqueta demoledora, y que a pesar del maltrato recibido, constituye un ejemplo del gótico valenciano, de una ciudad caracterizada por los templos de arcos apuntados con artesonados de madera policromados. A través del análisis del rastreo documental, fotográfico, y de los restos de claves y capiteles que se salvaguardan en los museos de Xàtiva, el autor reconstruye todas las vicisitudes que atravesó el conjunto, desde su nueva creación hasta el siglo XIX. Sufrió los avatares del conflicto de las Germanías, la crema de Xàtiva, el terremoto de 1748, o las grandes reformas acaecidas a finales del siglo XVIII, como la apertura de la hoy entrada principal de su iglesia, creada por el arquitecto Vicente Cuenca.

Pero Vicente Gabriel nos recuerda que además fue panteón de ilustres y espacio de mecenas. Todas las élites quisieron enterrarse en su suelo o sufragar los gastos de una capilla. Fueron decenas las familias implicadas, desde los Borja hasta los Diego, entre otras muchos, que utilizaban la iglesia como símbolo para que la prosperidad alcanzada en vida no se olvidara con la muerte.

El autor fija un punto de inflexión en la fatídica fecha del 12 de agosto de 1835. Momento en que se retoman los procesos de exclaustración y desamortización iniciados con el Trienio Liberal. Allí se situó la oficina de desamortización encargada de inventariar todos los bienes muebles y archivos del patrimonio conventual setabense, que a excepción de las órdenes femeninas, había expulsado a todo el clero regular masculino de Xàtiva. Después se le dio uso como lonja de sedas. En 1855, el Ministerio de Guerra lo compró para instalar un cuartel militar. Todas sus instalaciones fueron adquiridas, con excepción de su iglesia, que aún quedó abierta al culto, siendo incluso la parroquia Mayor de Xàtiva, en los años en que la Seu tuvo que ser cerrada a causa del derrumbe de la cúpula del altar mayor en 1885.

Repasa el autor cómo la instalación de militares y caballerías dejó maltrecho el convento, de cómo volvió a quedar vacío en 1892, tras la supresión temporal de la guarnición militar, que hizo que se le diera otros usos, hasta que el Ministerio de Guerra, quiso reactivarlo de nuevo como cuartel con la instalación del regimiento Otumba hacia 1918. Otra reforma que llevó a los militares a querer comprar la iglesia de Sant Francesc, para derrumbarla, y ampliar sus instalaciones. Sólo la voz del historiador Ventura Pascual se alzó para evitar el expolio, recordando que era una joya del gótico valenciano, y tumba de ilustres como los miembros de la familia Borja. Hasta ese momento, el templo se había considerado como edificio de escaso interés, obra burda incluso, que sólo servía de contenedor de algunos de los mejores retablos de pintura gótica de la ciudad, como los de Martí-Crespí o Reixac.

Sant Francesc quedó convertida en cuartel hasta 1931, momento de la retirada del regimiento Otumba, y su iglesia siguió en pie gracias a los esfuerzos del cronista. Superada la coyuntura bélica, el convento fue languideciendo y Sant Francesc, en manos del Arzobispado, fue cedida al empresario Gregorio Molina, para que transformara la iglesia en un cine, alterando muchos de sus elementos góticos, para instalar una pantalla, patio de butacas y baños.

Llegados a este punto, el autor disocia el diferente destino del convento y su iglesia. Uno trágico y el otro más esperanzador. En 1966, el Ministerio de Guerra decidió subastar el edificio al considerarlo como edificación anticuada, vieja, y sin ningún tipo de aplicación para fines civiles. El constructor Ramón Esplugues Pastor lo compró el 26 agosto de 1967, y sin estudios arqueológicos previos, se finiquitaron varios siglos de historia, para alzar un complejo de viviendas de varios bloques, conocido popularmente entre los setabenses como la finca del cuartel. Mientras que la iglesia de Sant Francesc sobrevivió, gracias a los esfuerzos entre otros, del párroco Ximo Núñez, que defendió la necesidad de salvaguardar el templo, y de iniciar su restauración para sacar a la luz su estructura gótica. Su esfuerzo se coronó en 1980, cuando el templo fue protegido como Monumento Nacional.