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La nutridora ecológica de Otos

Las manos de la agricultora Lílian Gironés impulsan el Hort de Pastenaga, un proyecto desarrollado en la localidad que vende sin intermediarios frutas y hortalizas de temporada a más de un centenar de familias y establecimientos

Lílian Gironés trabaja sobre las espalderas construidas para el cultivo de tomates | PERALES IBORRA

Lílian Gironés llegó a Otos con la mochila vacía. Tan solo tenía clara su misión: dedicarse a la agricultura ecológica, un trabajo que afrontaba movida por la convicción personal y la responsabilidad medioambiental. Siete años después, su Hort de Pastenaga, compuesto de bancales ubicados entre Otos y Bèlgida, abastece de frutas y verduras a unos ciento cincuenta clientes entre familias y restaurantes del territorio. Una alternativa a la compra en grandes superficies y que empieza a consolidarse en el corazón de la Vall d’Albaida con un mensaje que está calando en la población: «Buscamos precios justos, eliminar intermediarios, apostar por los productos de temporada… Volver a las raíces, en definitiva, con la proximidad y la temporalidad por bandera», resume Lílian.

Junto a su pareja, Lílian trabaja sobre unas tres hectáreas —unas 36 hanegadas— de terreno agrícola, en las que cultivan hasta trece tipos de productos autóctonos siguiendo los preceptos del agroecologismo: huyendo de la maquinaria pesada, respetando los ciclos naturales y la estacionalidad de las plantas. Una vuelta a los orígenes en el trabajo de campo, que incorpora herramientas modernas solo en la parte de comercialización: los productos del Hort de Pastenaga se venden a través de su página web. Al inicio de la semana, Lílian y Damià reciben las comandas sobre los productos disponibles, de temporada, que a lo largo de los días siguientes recogen de los huertos y reparten directamente a los clientes, sin ningún intermediario. El Hort de Pastenaga abastece así a consumidores de localidades de la comarca, como Ontinyent o Albaida, y otras de territorios vecinos, hasta Alcoi o Ibi.

Alumna de prácticas del Hort de Pastenaga, trabajando sobre una plantación de sandías | PERALES IBORRA

El grueso de su cartera de clientes, según explica Lílian, opta por adquirir productos ecológicos «por convicción»: «Se trata de gente que cree en este tipo de explotaciones, en que el sistema alimentario ha de basarse en los pequeños agricultores, y apuesta por nosotros», según sus palabras. También encuentran a personas que recurren a los alimentos ecológicos —libres de pesticidas y de añadidos químicos— por prescripción facultativa debido a su estado de salud, y otros que simplemente «siguen la moda del momento», asume Lílian, sin abandonar cierto tono de ironía.

En los tiempos del coronavirus, llenos de enmiendas para reformular algunos de los preceptos que rigen la sociedad del primer mundo, la alimentación ha sido uno de los sectores más reivindicados, y proyectos agrícolas como el de Lílian Gironés cuentan cada vez con más apoyo. «Ojalá el sistema pudiese cambiar. A pequeño nivel es factible, pero necesita una organización y unas redes mucho mayores», opina la agricultora. Su camino hasta ahora ha estado «plagado de batacazos» pero el futuro es brillante y al echar la vista atrás, se niegan a abandonar. «Con lo que hemos conseguido, ¿cómo vamos a hacerlo?», concluye.

De Sicilia a Carrícola para abrir el Hort

El proyecto del Hort de Pastenaga marcha bien, y Lílian y Damià cuentan incluso con un trabajador y una alumna de prácticas por un curso de la Generalitat, pero los inicios no fueron fáciles. De hecho, su historia bien podría pasar por la sinopsis de una película de superación personal. El origen de la idea del Hort de Pastenaga está en la lucha por el paraje natural de la Punta, que Lílian conoció cuando cursaba el primer curso de Geografía en la Universitat de València: «Me informé, y encontré la vocación de trabajar la tierra. Empecé entonces con algún cursillo para aprender lo básico, y viajé a Sicilia metida en ello». Allí conoció a Damià, con quien inició un proyecto de vida común que, en la rama de la agricultura, ya dio entonces su primer paso con la puesta en marcha de un pequeño huerto ecológico de tomates.

De la isla italiana volvieron a la Comunitat Valenciana, para comenzar de nuevo en Carrícola, un municipio de la Vall d’Albaida de menos de cien habitantes. «El alcalde nos cedió una parcela para trabajarla, el Bancal del Frare. Empezamos a vender algunas verduras en el mercado municipal y, poco a poco, pudimos ir adquiriendo otros terrenos», relata Lílian. Un proceso enrevesado, ya que resulta difícil incluso encontrar a propietarios de terrenos dispuestos a vender. A partir su experiencia, su recomendación para cualquier nuevo agricultor es valiosa: «Que se apoye en los proyectos que ya funcionen, que no trabaje solo», deslizan.

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