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LA CIUDAD DE LAS DAMAS

miuras al campo

miuras al campo

Es difícil conocer a alguien que haya manifestado claridad su deseo de morir por coronavirus, pero debe haberlos por la gran cantidad de covidiotas que hacen los puntos necesarios para no contarlo. Con la finalización del Estado de alarma hay demasiados que han dado por finiquitada la pandemia y han salido como toros bravos al campo dispuestos a embestir a cualquiera que les niegue su derecho a bailar y brindar hasta reventar.

Debe ser un problema de falta de imaginación o de déficit de memoria. El primero impide anticipar situaciones nada deseables que pueden convertirse en realidad, ingrata y fúnebre. La desmemoria permite refugiarse en espejismos donde caben argumentos autocomplacientes que autorizan a la persona ir a su bola, como una máquina quitanieves que aparta lo que molesta para circular por donde quiere con comodidad. Ayuda que la gran mayoría de medios de comunicación trasladen imágenes de la felicidad negada tras la barra de bares y no de la tragedia que se sigue viviendo entre batas blancas y respiradores.

Se puede entender el hartazgo y la amargura de quienes se ven privados de hábitos y costumbres que eran la chispa de su vida. Y no solo se trata de cañas y gin-tonic, que cualquiera diría que vivimos en un país de alcohólicos. Se trata de un rasgo identitario del país con más bares y restaurantes por persona del mundo: uno por cada 175 habitantes, sumando en total 277.539 establecimientos gastronómicos, según el Instituto Nacional de Estadística. Una oferta de ocio que no sólo se basa en el consumo, sino que supone un espacio fundamental de encuentro y convivencia entre personas. Lo que no es explicable es la estupidez humana —tan infinita como el Universo dicen— que ignorando las evidencias, desatendiendo las alarmas convierte a personas pensantes en seres irracionales instalados en el autoengaño que confunde los deseos con realidad.

La guerra contra el Covid no está ganada, aunque esta semana se publicara que en Xàtiva la incidencia era mínima y los contagios inexistentes. En 6 comunidades autónomas el porcentaje de ocupación de camas UCI sigue estando en niveles extremos. Y en el mundo, véase la India, las piras funerarias arden en la calle y se presencia con congoja la victoria de la muerte, entre otras cosas por haber abandonado toda prudencia de forma prematura.

Es cierto que llegados a este punto la gestión política deja mucho que desear, parece que se ha impuesto a los criterios científicos o sanitarios. Y eso desmoraliza y hace perder confianza y credibilidad, un capital necesario para mantener la autoridad moral necesaria para liderar una situación que exige sacrificios y renuncias.

El País Valenciano ha dado ejemplo de inteligencia y responsabilidad colectiva que hoy permiten exhibir las mejores cifras de Europa en relación al control de la pandemia. Valores que no nos han librado, también en Xàtiva, de presenciar escenas que recuerdan al borracho suicida que cita al miura en la plaza. Protagonizadas por gente de toda edad y condición, no es de justicia adjudicar a una determinada generación las conductas imprudentes e incívicas.

A estas alturas deberíamos haber aprendido que el problema sigue siendo colectivo y no existen atajos ni huidas en solitario. Hace falta una dosis extra de coraje y responsabilidad para asumir, aunque duela, que sigue habiendo razones más que evidentes para las restricciones. Aunque también, cada vez más, razones para la esperanza.

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