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LA CIUDAD DE LAS DAMAS

Despidos improcedentes

Despidos improcedentes

Fue una cifra que pasó desapercibida, dicha con la boca pequeña, emparedada entre noticias mucho más impactantes que la actualidad proporciona con toda generosidad. Decía que la Consellería de Sanidad, obligada por las limitaciones de la todopoderosa Hacienda, no iba renovar 4000 contratos covid a profesionales de la sanidad valenciana perdiéndose así, sobre todo, puestos de enfermería, pero también de personal médico, celador o técnicos de laboratorio. El departamento Xàtiva-Ontinyent, tenía el dudoso honor de ser, junto con la Fe, el área donde más se iba a adelgazar la plantilla ya que de las 442 personas contratadas, se verían en la calle el 42%, es decir 184 personas. Una medida que parece lógica y coherente ya que ante la previsible y deseada desaparición de la pandemia, minimizados los ingresos hospitalarios y las UCIS casi vacías, ningún sentido tiene mantener un personal que cuesta una pasta. No vaya a pasar como con los 270 millones de euros que la Iglesia destina a pagar sueldos de curas, obispos y cuotas de la seguridad social.

Es mejor apuntarse —es tan buen momento como cualquier otro-—al ahorro público, que ya nos gastamos 60.000 millones en salvar a los bancos de la quiebra, para que ahora, los muy desagradecidos, llegado el momento de repartir beneficios y subir sus astronómicos sueldos de directivos, ni se les ocurra saldar deudas que, por otra parte, nadie les reclama

El personal sanitario, cumplido satisfactoriamente su papel, ya recibió tantos aplausos como los trapecistas del circo, de un público que siempre reconocerá su trabajo y les estará agradecido. Aunque el reconocimiento de sus méritos no impida que se prescinda de sus servicios, cuando dejan de ser necesarios.

Pero es así? Esa es la cuestión a la que habría que responder con rigor y sin mentiras pero con inteligencia, intentando evitar cualquier falseamiento o manipulación de la realidad para lograr que encaje nuestra respuesta preferida. Sin tratar de hacerle un favor a nadie, pero anticipando una realidad que no conviene negar. El primer factor es el deseo de no tropezar dos veces en la misma piedra. Si el viento cambiara y hubiera que enfrentar nuevas olas letales, sería imperdonable no contar con un sistema dotado del personal necesario para hacerle frente y proteger eficazmente la salud pública. Se trata de no repetir las patéticas situaciones vividas al principio de la pandemia cuando la escandalosa escasez de profesionales obligó inicialmente a pedir la colaboración de personas jubiladas hasta que se pudieron hacer las imprescindibles contrataciones. Dejar en cuadro, otra vez, las plantillas y debilitar el sistema no parece una actitud muy inteligente ni previsora.

Además estamos en plena campaña de vacunación, una apuesta de enorme envergadura que pretende conseguir el mayor número de personas inmunizadas en el menor tiempo posible. Para ello hacen falta vacunas pero también personal, casualmente de enfermería.

Pero incluso más allá de las vacunaciones, el hecho es que la concentración de esfuerzos y recursos en el tratamiento del covid han generado retrasos en la detección y tratamiento de muchas otras patologías. Algunas, muy graves, y también otras no tan graves que imponen listas de espera insufribles, enormemente perjudiciales para la calidad de vida de las personas. Que se lo digan a quien espera una artroscopia o una prótesis de cadera durante 5 meses. O a quien tardarán más de 4 meses en quitarle las amígdalas o unos juanetes que pueden ser muy, muy fastidiosos.

Quizás no sea sólo problema de personal, pero desde luego, también se necesita personal. Con la salud no se juega, y con quien ha de cuidarla, tampoco se debería, ni se lo merece.

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