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BIBLIOTECA DE FAMILIAS

La represión franquista en Xàtiva

La represión franquista en Xàtiva

El homenaje realizado en Valencia al médico Juan Bautista Peset Aleixandre, ejecutado en Paterna hace 80 años por su condición de presidente de Izquierda Republicanasin tener en cuenta su labor de científico comprometido con la lucha contra las pandemias —en especial la gripe de 1918—, más el reciente fallecimiento de Josep Almudéver, el último brigadista que quedaba con vida, y que dejó memoria escrita de sus vivencias en la lucha contra el fascismo, nos llevan a escribir, como prometimos, sobre la salvaje represión franquista en Xàtiva.

Tras las duras jornadas del verano del 36 y el bombardero de febrero de 1939, el horror de la Guerra Civil prosiguió en Xàtiva sembrando la ciudad de cadáveres. Nos lo cuenta Sarthou, en las crónicas que escribiría para Las Provincias. «En los días 24 de abril y 17 de mayo se han celebrado los primeros consejos de guerra contra autores de asesinatos y robos cometidos durante la revolución, resultando 28 condenas a muerte, algunas de las cuales ya se van ejecutando…».

Según los datos publicados por el profesor Vicente Gabarda, la orgía de sangre empezó el 15 de mayo de 1939 con seis ejecuciones. Destaca el caso de Rafael Taengua Pla, panadero cuya familia luchó para que tuviera una sepultura digna, sobornando a los enterradores para que amortajasen sus restos en el cementerio. La exhumación realizada tiempo después demostró que incumplieron en parte lo acordado. Su cadáver aparecía vestido de miliciano con los orificios de bala visibles, incluido el tiro de gracia. Su descendencia soportó ser señalada como hijo de rojo durante décadas.

El modus operandi de aquel terrorismo, más en función de la venganza indiscriminada que de la justicia, llevó a que la labor de quintacolumnistas y delatores pesara más que las pruebas o la presunción de inocencia, lo que tampoco quiere decir que algunos de los ejecutados fuesen verdugos y víctimas a la vez. Se optó por lo fácil, exterminar a todos los miembros del Comité Revolucionario, sin investigar las pruebas.

El siete de junio prosiguió la jacquerie franquista, con otros 6 fusilados. El ocho de julio, pocos días antes de la organización de la fiesta de la Victoria, se ejecutaron ocho setabenses más. Destaca el caso del joven carpintero Rafael Gosálbez Pla, por contar con un testimonio de unas memorias inéditas: «…me contó que una noche y en estado de embriaguez se vio implicado en la muerte de dos personas de filiación derechista, y en cuyo acto no tuvo actuación alguna más que su mera presencia en los asesinatos, cosa que no podía olvidar y lo cual le había llevado hasta el estado de depresión en que siempre se hallaba, por lo cual aprovechaba cualquier ocasión para emborracharse tratando de olvidar aquel terrible acto, y que por efectos del mismo fue fusilado en Játiva terminada la guerra…».

Y con la llegada de la celebración de los tres días festivos para conmemorar la Victoria, que se hizo coincidir con la celebración del tercer aniversario del Alzamiento Nacional, se dejó de asesinar temporalmente en el antiguo campo de tiro de la Casa Blanca. Suponemos que los ejecutados recibieron una parodia de juicio en el antiguo Ayuntamiento de Xàtiva, cuando estaba situado en el convento de San Agustín. Recibieron consejos de guerra rapidísimos, cuyo veredicto acabó ante un pelotón de ejecución formado por soldados acantonados en el cuartel de Sant Francesc, que luego paseaban tranquilamente por la Alameda en sus días de permiso ante la mirada de los familiares de las víctimas.

A finales de julio se reanudaron las ejecuciones de personajes de mayor «entidad política». Pero ya no en Xàtiva, sino en Paterna, el paredón de España. El 28 de julio fueron fusilados cinco setabenses. Destacan los casos de Jovino Fernández, líder de la UGT local y último alcalde de Xàtiva —o mejor dicho presidente del Consejo Municipal, ya que no fue elegido democráticamente—, y del maestro Salvador Mollà, sargento republicano, miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y afiliado a Izquierda Republicana. Fue una excepción porque la gran mayoría de ejecutados estaban adscritos a corrientes sindicalistas revolucionarias de carácter ácrata. Muchos de ellos pudieron dejar testimonio escrito y carta de despedida a sus familiares, antes de ser arrojados a la fosa.

En octubre, la represión volvió a Xàtiva con dos ejecuciones en la Casa Blanca con las que se cerró el capítulo de fusilamientos en la capital de la Costera. Prosiguió, no obstante, la ejecución de condenas en Paterna: trece entre noviembre y diciembre de aquel año. Destaca la del líder cenetista Rafael Martínez Balleste, máximo dirigente de la ciudad en los momentos de mayores atrocidades cometidas durante la represión roja. Ante las acusaciones de permisividad se defendía alegando que podría haber sido mucho peor si no hubiera defendido a muchos setabenses de los atropellos de los columnistas de la Durruti y de otros milicianos que pernoctaban en la ciudad. La memoria histórica local argumenta «que va perdre el cap en el moment que canvià les espardenyes per les sabates de xarol».

Entre el 6 de abril de 1940 y octubre de 1942 se fusilaron 15 setabenses más, según documenta Gabarda, pero sin ya sacas masivas de varios presos a la vez. A resaltar el caso del farmacéutico Simón Artigues-Soler y Fillol, porque fue militar africanista destinado en Marruecos, que le salvó la vida a Millán Astray en los tiempos de las guerras coloniales. Falló la ética militar en este caso, y el aval nunca llegó. Como al doctor Peset, le condenaron por salvar vidas. Y también reseñable el caso del líder sindical José Cantador, que dejó carta escrita para que sus restos nunca se sacasen de la fosa de Paterna a la que sabía que estaba condenado. Otra gran injusticia a la que la sociedad de Xàtiva puso remedio, acogiendo a su viuda e hijos. Algún día se tendrá que escribir la historia de los 55 asesinados por el terror rojo y franquista, como víctimas de la Guerra Civil, y pensar muy bien a quién se rinden homenajes, no sea que entre las víctimas se cuele algún verdugo, más de ochenta años después.

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