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LA CIUDAD DE LAS DAMAS

megavatios de lujo

megavatios de lujo

Las cifras, cifras son. Y a pesar de que sean el dato más objetivo posible, lo cierto es que consumidas en grandes dosis, producen un efecto empacho que aburre y conduce a la desconexión.

Pasó hace unos años con aquella famosa prima de riesgo, cuyos avances y retrocesos nos contaban detalladamente provocando ansiedades y desasosiegos considerables porque alcanzar cierto punto parecía ser la puerta del infierno económico.

Recientemente ha pasado con las cifras del Covid-19, las de contagiados, hospitalizados, fallecidos o vacunados. En el mundo, en España, en la Comunidad y hasta en la propia ciudad. Todo un obligado ejercicio de transparencia que es de agradecer porque es la forma de hacer partícipes a todo el mundo de la gravedad de la situación y de la necesidad de implicación colectiva. Pero que sin embargo, dada la minuciosidad de los datos, acababa produciendo ese efecto de saturación que al final nos acostumbra a vivir en el filo de la navaja.

Y ahora está pasando con el precio de la luz con esas cifras que indican el precio del megavatio que, al parecer, es el origen del descomunal recibo de la luz que recibiremos. Está batiendo récords, día tras día, sin que al final, por el efecto hartazgo, quede claramente establecido en la memoria colectiva quién es el avaricioso ladrón, quién la víctima indefensa y quién el policía incompetente o desmotivado.

Por resumir y no repetir el error de la reiteración, es evidente que se están llenando los bolsillos de forma totalmente injusta y abusiva las empresas eléctricas (sí, esas mismas que declaran beneficios de miles de millones sin sonrojarse lo más mínimo). Esas que hacen uso de todo tipo de ingeniosas e inmorales estratagemas como vaciar pantanos a destiempo, para aumentar sus beneficios que nunca serán suficientes para aplacar su infinita sed de lucro.

Por otra parte, la víctima es la ciudadanía, que ya conocía la terrible situación de tener trabajo sin que ello implicara estar libre de angustias económicas. Pero ahora hay familias que solo encienden la vitrocerámica una vez al día y no porque vayan a comer al restaurante, o que desconectaron el calentador eléctrico al principio del verano y no porque el agua fría sea buena para la piel.

Rematando, se ve ciertamente desmotivado a quien tiene la capacidad de intervenir y poner orden, que es el Gobierno o más exactamente para hablar con propiedad, la parte de éste que ofrece soluciones ridículas como las lavadoras de madrugada y se niega a hablar de soluciones a largo plazo que pasan por medidas estructurales que requieren un enorme coraje y un empeño infinito en proteger a los más débiles y vulnerables de la sociedad, quienes sufrirán en mayor medida estos precios desorbitados.

Si la tendencia no se detiene, se presenta un invierno en el que la pobreza energética no será un tema de relleno, sino un problema sangrante que no se podrá afrontar con paños calientes. Ni siquiera unos servicios sociales potentes como los que se cuenta en Xàtiva podrán solventar las críticas situaciones que se pueden presentar en muchos hogares, donde nunca se había necesitado ayuda, ni había habido riesgo de exclusión social porque se había trabajado toda la vida mucho y bien. Hasta que llegaron las eléctricas con sus contadores y quisieron ordeñar todavía más a la vaca, estrujar todavía más las economías familiares sin importarles lo más mínimo las consecuencias para miles de familias. Por eso hacen falta soluciones y gobernantes que ataquen el problema en su raíz, garantizando que la gestión de la energía, como cualquier bien básico, sea pública y centrada en el bienestar de todos y no en el lucro privado.

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