Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

LA CIUDAD DE LAS DAMAS

Lejanía

lejanía

Los llaman Cercanías, porque son los más cercanos, los que más necesitamos, los que nos llevan a nuestros compromisos diarios, a estudiar o trabajar en localidades cercanas. A las consultas médicas, a los trámites administrativos que no apetecen, pero son esenciales para nuestra vida. Llevamos varios días en los que se han convertido en una pesadilla para miles de usuarios y usuarias que, si ya andaban bastante damnificados, han aprendido con esta experiencia que siempre se puede ir a peor.

La Red de Cercanías de la Comunitat Valenciana ha perdido 10 millones de usuarios en la última década a cuenta de su mal servicio, del incumplimiento de sus horarios, de la incomodidad de sus trenes, de la escasez de personal, de la frecuencia inexplicable de sus averías. Un servicio que, siendo público, sin búsqueda de beneficios, debería garantizar un acreditado nivel de calidad. Y no se aprecia demasiada calidad viajando en trenes sobrecargados con demasiados años a cuesta, que circulan a velocidad de tortuga. No es nada satisfactorio que cada vez más maquinas atiendan a personas en la expedición de billetes, en la información de horarios e incidencias, cuyo funcionamiento defectuoso perjudica sin posibilidad de reclamación o queja.

Su deplorable situación es fruto de la ridícula inversión realizada en un servicio que es de uso preferente para miles de personas todos los días del año y que se decide en despachos que ni están en Xàtiva, ni están en Valencia. Es en Madrid donde se decide cuánto y para qué se invierte en esta red, porque es suya la competencia y el poder que permite la toma de decisiones. Quizás eso explique porque se han invertido 98 euros por persona en el AVE, que no un es tren utilizado por grandes multitudes todos los días, frente a los 0.0015 céntimos invertidos en la red de Cercanías.

Algunas de las reivindicaciones de los maquinistas pueden ser compartidas en la medida en que contribuyen a la mejora del servicio. Siempre es conveniente ampliar y rejuvenecer la plantilla. Pero las huelgas son lo que son, medidas de presión necesarias, utilizadas por la clase trabajadora a lo largo de su historia para conquistar cada uno de sus derechos, porque ninguna ha sido regalo generoso de la patronal. Con todo, las huelgas tienen sus reglas, se someten a unas normas pactadas que de alguna manera «dosifican» el daño a la ciudadanía, la moneda de cambio en medio de los intereses de las partes en conflicto.

Por eso, exige una cuota extra de solidaridad, paciencia y templanza soportar lo que no se sabe si es una huelga salvaje o asilvestrada como resultado de la gestión inepta de una empresa que no funciona ni en la normalidad, ni en la anormalidad. Depender de un panel y de una voz robotizada para saber si llegarás al trabajo a la hora o si podrás volver a casa, es una experiencia sumamente desagradable. Oír cómo se anuncian cancelaciones que convierten los servicios mínimos en un espejismo, correr para pillar plaza a la desesperada en los pocos trenes que circulan o terminar haciendo un viaje infernal, notando en el cogote la respiración de una persona con la esperanza de que todo el vagón este vacunado, genera una crispación e insolidaridad añadida.

Salvajes son las fieras de la selva, pero no deben serlo las huelgas, necesarias para adquirir derechos y mejorar un servicio público que tanta gente necesita.

Compartir el artículo

stats