Hce pocas semanas escribíamos en esta sección sobre los dioses de la toga, sí, esos personajes de entierro que se ponen la sábana negra encima, la cara de vinagre aprendida durante los años de estudios, el martillo traidor como prueba de fuerza invencible, y se lanzan a impartir justicia que en demasiadas ocasiones se califica como de partidista. Lo de «la justicia es un cachondeo», es ya un eslogan unificado, patentado y utilizado cada dos por tres, y la separación de poderes es la risa más cachonda. ¿Por qué se niega la derecha y ultraderecha a renovar el CGPJ? Si analizamos uno por uno a los de la toga que lo componen, se nos pegará al resto de mortales la cara de vinagre y la prevaricación como norma diaria en las decisiones.
Es inaudito que una jueza llamada María Cristina Díaz pida al director de El Diario, Ignacio Escolar, que le facilite las fuentes que informaron sobre los bienes de los Franco en el Pazo de Meirás que se querían llevar en camiones de mudanza. Los Franco se querellaron contra El Diario por haber informado de su presunta fechoría y ahora la jueza pide las fuentes que dieron la información a los periodistas, cuando ella sabe que es un derecho recogido en la Constitución y su petición viola de forma fragante el secreto profesional de ¿Y ahora qué? La jueza es conocida por su relación política con el partido que se niega a renovar el CGPJ y, aún a sabiendas de que puede prevaricar, pone por delante su condición de intocable y viola la Constitución tranquilamente en una demostración de divinidad eterna.
Todas las asociaciones de la prensa le han recordado a la jueza que la Constitución sirve para algo más que para llenar la estantería de casa en 32 tomos encuadernados en tapa de piel que mira lo que luce y lo bien que queda. Recuerdo que hace algunos años (bastantes) cuando servidor dirigía el semanario Noticia-7, un concejal del Ayuntamiento de Xàtiva, tristemente fallecido, nos presentó una demanda ante el juzgado por una simple broma en nuestra sección humorística. Pocos días después la retiró por entender que aquello no iba a ninguna parte e incluso nos entrevistamos para que me contase que según que juez/a nos tocase, la cosa iría adelante o moriría en el camino, así que se conformaba con una sencilla disculpa. El mismo concejal, meses después me enseñó por dentro la cárcel de Picassent, esa misma donde hay y ha habido presos de primera y de segunda y donde solo deberían estar los «malos». Mire usted por donde, aquel concejal y yo nos hicimos amigos, pero no «amiguitos del alma».
Una cárcel visitada entre otros por el ideólogo Rafael Blasco, condenado a 7 años de cárcel por el caso Cooperación, donde se quedaba la pasta que iba destinada a la construcción de infraestructuras en América Latina y la invertía en inmuebles en el centro de València, solo ha cumplido la mitad de su condena, y dentro del recinto era conocido como Don Rafael, que asesoraba a los presos de segunda y les regalaba teléfonos móviles y chándals de conocidas marcas para mantener su estatus. O Eduardo Zaplana, que no ha llegado a estar entre rejas porque una presunta enfermedad terminal le tiene en la calle. En la cárcel no podía continuar con sus negocios. En el hospital, sí. Los de la toga son implacables cuando quieren y cuando les place. La interpretación de las leyes y la justicia, es como la interpretación del trencilla de turno en un Levante-Getafe a la hora de pitar penalti o no hacerlo por unas manos en el área.
Otra trencilla de turno ha prohibido la distribución de libros LGTBI a raíz de un recurso de Abogados Cristianos, la misma jueza que consintió contra criterio médico una pseudoterapia para la covid. ¿Dónde se apoya con esta orden tan cutre? Seguramente en su interpretación partidista que nadie le puede negar. Los humanos que se creen dioses son aquellos que también precintan pisos, porque no caben «los intrusos en el paraíso». En fin, un cachondeo.
