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Biblioteca de familias

JOSÉ ESPEJO Y LA NECRÓPOLIS DE XÀTIVA

JOSÉ ESPEJO Y LA NECRÓPOLIS DE XÀTIVA

Conmemoramos el día de Todos los Santos y el de los Fieles Difuntos, evocando el recuerdo de José Espejo Gil, a cuyo mecenazgo se debe la enorme capilla-mausoleo que centraliza hoy la planta cuadrangular de cuatro cuadrantes, en la que se organiza una necrópolis, que dispone de parte histórica, panteón de ilustres y anexo reservado para no católicos. Aquella generosa inyección de capital fue aprovechada por el Ayuntamiento de Xàtiva, para que en el año de 1899 iniciara la reforma de todo el reglamento que debía regir el buen funcionamiento de este servicio público de propiedad municipal y gestión eclesiástica.

Espejo Gil nació en el seno de una familia de prósperos comerciantes en seda, un diez de diciembre de 1827. Con la crisis sedera, se orientó hacia el derecho, carrera que no sabemos si llegó a ejercer. El caso es que murió en 1890 como rentista, soltero, y sin descendencia a la que legar un caudal de 400.000 pesetas, cuyos albaceas testamentarios se encargarían de administrar en pro de la ciudad de Xàtiva, y el gran amor de su vida, la basílica de Santa María. Una suscripción popular le otorgaría un monumento y una calle con posterioridad, una vez se hizo toda la inversión de su herencia.

Su capilla, a modo del Panteón de Agripa en Roma, se convirtió en signo identificativo de Xàtiva, desde inicios del siglo XX, siendo la enorme bóveda semiesférica que la corona, perfectamente visible cuando se entra a la ciudad desde la autovía.Las autoridades públicas se encargarían del mantenimiento y limpieza de la necrópolis setabense, mientras las eclesiásticas se encargarían del culto, los oficios, la exhumación de cadáveres, y determinar quién no debía enterrarse en aquel suelo sacro sólo reservado para católicos. Ateos, deístas, espiritualistas, evangelistas, herejes, suicidas, excomulgados y los que profesaran otra religión serían enterrados en el apéndice del cementerio reservado para estos casos. Espacio aparte merecían los no bautizados, principalmente recién nacidos que hubieran fallecido sin poder recibir el bautismo de necesidad.

Los trabajadores del cementerio fueron empleados públicos. El conserje sería el máximo responsable bajo la autoridad del alcalde y el abad. Tendría que dirigir a un equipo formado por sepultureros y conductores de cadáveres. Se le exigía ser mayor de 25 años, tener conocimientos de albañilería, la obligación de residir en el cementerio, guardar las llaves del establecimiento, controlar la entrada y salida de familiares, visitantes, y sobre todo, la de los eternos moradores, de los que llevaría un concienzudo registro. Por tanto, para todos los trabajadores, era imprescindible saber leer y escribir, cosa nada común en unos tiempos donde los niveles de analfabetismo eran altísimos.

El familiar del enterrado debía sufragar los gastos del sepelio, y pagar al sepulturero por preparar el nicho, el panteón, o la fosa, por entonces conocida como hoya, donde sólo se permitía enterrar un solo cadáver, ya que el carácter comunal sólo se permitía en caso de epidemia. Cuarenta años más tarde, la represión franquista rompió esta norma, abriendo fosas comunes para enterrar fusilados, hoy de ubicación incierta.

El campo santo setabense es fiel reflejo de que la vida no se iguala con la llegada de la muerte. El cementerio de Xàtiva, tras la reforma, se convirtió en símbolo de la nueva estructura de poder que daba la bienvenida al nuevo siglo. Desde finales del siglo XIX, las élites estaban formadas por la aristocracia del dinero, no de la sangre. Fiel reflejo lo constituyen los nichos adosados a la capilla-mausoleo financiada por la generosidad de José Espejo. Los Requena, Vanaclocha, patriarcas de las licoreras, y el poder político. Los Diego u Abad de la burguesía terrateniente ennoblecida. Al igual que los panteones de los Morales Perello o Bolinches, o las tumbas de Pedro Rubio, Ricardo Font, o de farmacéuticos como los Codina, donde la riqueza emanada de las profesiones liberales tuvo su expresión en forma de portentosa lápida con monumento incluida.

Y algunas lápidas que sellan los nichos constituyen verdaderas joyas artísticas con bajos y medios relieves que incluyen los símbolos de la muerte con los instrumentos que caracterizaron una vida dedicada a la pintura, como en el caso de los Simarro, o de las hermosas lápidas blancas que evocan la muerte del infante, del ángel del Señor, que ha llegado de improviso al Paraíso.

En medio de tanta lápida de diferente acabado, quiso abrirse hace unos años, un panteón de ilustres adosado entre nichos, a semejanza de los cementerios de París u otras capitalidades europeas, que tienen a considerar los campos santos como museos del arte sacro, y que tantas pistas dan a los amantes de la reconstrucción genealógica. Y Xàtiva ya cuenta con 11 elegidos, altamente discutibles, más en función de los intereses del presente, que no en su importancia histórica. Pero aún queda espacio libre para incluir a más. Y candidatos no van a faltar si vemos las lápidas de los restos que la rodean como el doctor Blasco Soto, Leopoldo Riu, Felipe Maravall, José Reig, y tantos otros.

Ilustres también encontramos en el apéndice del cementerio, viejo y abandonado, sucio, lleno de vegetación y con algunas flores resecas, de los nostálgicos del viejo republicanismo local, con las lápidas de los hermanos Casesnoves, los fundadores del partido y primeros moradores de un cementerio civil integrador en dignidad con el católico, acompañados del incombustible José Fabra, protagonista de uno de los entierros más sonados del s. XX.

Rodeados a sus pies por las tumbas de evangelistas, cristianos no católicos, que rematan sus sepulturas con citas bíblicas a modo de epitafios, como las creencias de aquellos espiritualistas, acérrimos anticlericales pero profundamente cristianos, que eligieron el día de difuntos, como el más idóneo para contactar con los que ya no están, porque ya fuese vía sesión espiritista o visita al cementerio, ayudaba a reconfortar las almas, muchas de ellas condenadas a seguir reencarnándose para alcanzar la perfección suprema, que les permitiese acceder al cielo, y no tener que regresar al infierno de la vida.

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