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LA CIUDAD DE LAS DAMAS

Huele mal

Huele mal

Esta semana se ha recordado una vez más, una realidad maloliente que, como no desaparece, se hace necesario repasar año tras año. Maloliente es lo que huele mal, y así se ha de percibir el hecho de que las mujeres con empleo remunerado de este país, en cómputo general, reciban salarios inferiores al de los hombres.

La diferencia salarial no es un espejismo, ni un montaje demagógico que inventan algunas mujeres a las que les gusta sentirse víctimas. Es un hecho empírico que queda demostrado fehacientemente tras el análisis de los datos salariales provenientes de fuentes oficiales. Que establece, fuera de toda discusión, que, en 2019, las mujeres ganaron 5.252 euros menos al año que los hombres. CCOO traduce esta cantidad en una brecha del 24%, que es el porcentaje en el que se debería aumentar el salario anual de las mujeres para igualar al de los hombres.

El primer truco consiste en pagar de forma distinta empleos que en realidad tienen igual valor, si se consideraran las funciones desempeñadas. Hay que hilar fino para encontrar la diferencia entre las tareas de administración y secretaría que determinan que la primera tenga retribución más alta que la segunda, dándose la pasmosa casualidad de que los puestos de administrativos suelen ser ocupados por hombres mientras que el secretariado, tradicionalmente, es cosa de mujeres.

Otro elemento causante de que las nóminas de las mujeres sean, casi siempre y en general inferiores, es la falta de corresponsabilidad. Abordar la tarea de los cuidados casi en solitario, excepto honrosas excepciones, mengua significativamente la bolsa salarial de las mujeres. No solo en su presente, sino también en su futuro. Las jornadas parciales que casi monopolizan para poder atender todas sus obligaciones, no son nada rentables. Todas esas reducciones de jornada para atender a menores y dependientes, todas esas excedencias forzadas por circunstancias familiares conforman una vida laboral con grandes agujeros que derivan en pensiones inferiores por término medio, a las de los hombres que, ciertamente, tampoco son para echar cohetes.

Por último, hay un tercer mecanismo, origen de esta brecha que es casi precipicio, que son los complementos salariales, cantidades asignadas a cada trabajador o trabajadora que valoran aspectos determinados de su tarea. Es curioso que se retribuya la circunstancia de estar disponible a toda hora, de currar en festivos o de noche que son «méritos» asequibles para los hombres, quizás porque hay alguien que se queda con la familia durante su ausencia. Es intrigante la razón por la que complementos como la toxicidad se asigna sin discusión a operarios que manejan productos químicos, pero no a las trabajadoras de la limpieza que manejan un verdadero arsenal. Es difícil explicar porque se recompensa, muy justamente, con un plus el esfuerzo físico de quien levanta sacos de 50 Kg, pero no a las mujeres que movilizan a pulso y con cuidado a personas enfermas que superan ese peso.

El diagnóstico está hecho. Da igual tu ocupación o tu formación: si eres mujer, la brecha salarial te roba más de una hora de sueldo al día. Si eres mujer y vives en València trabajas gratis desde el 15 de octubre. Si eres mujer trabajarás el doble para cobrar la mitad.

Falta el capítulo de soluciones que pasan por valorar con justicia cada puesto de trabajo, hacer una asignación justa de los complementos que correspondan y, sobre todo, por equilibrar y redistribuir la tarea de los cuidados entendiéndola como factor esencial y determinante de la economía de un país que no puede seguir recayendo abusivamente sobre las sobrecargadas espaldas de las mujeres. Ya toca empezar a hablar de eso.

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