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La ciudad de las damas

Aceite de girasol

aceite de girasol

No hay nada como ser un bien escaso, o parecerlo, para convertirse en objeto de deseo. Ya sucedió durante la pandemia con el escatológico tema del papel higiénico que todavía hoy sigue sin explicación razonable, aunque fue un hecho comprobado el vaciamiento total de las grandes superficies por el acaparamiento exagerado del producto como si su posesión fuera la línea decisiva que nos protegía de la enfermedad. Hubo muchas risas a costa de un asunto que tenía su punto divertido, aunque si se entra en el fondo no tiene ninguna gracia constatar lo manipulables que somos y lo irracionales que podemos llegar a ser.

Pasa ahora algo similar con el aceite de girasol, aunque no es exactamente lo mismo. Lo es en la medida en que puede ser sustituido en su uso cotidiano por otras variedades, igual que el papel higiénico tenía alternativas, aunque algo más ásperas. Pero es cierto que, a medio plazo, su carencia podría afectar a industrias derivadas como la confitería, las conservas, la bollería industrial… Es decir, a gente que lo necesita como materia prima en la actividad productiva que les da trabajo. Y sobre ese tema se admite poca broma.

Con todo, hoy por hoy, ambas situaciones de pretendida escasez se explican por la potencia del efecto contagio, ese que hace que imitemos conductas ajenas de forma irrazonable y absolutamente ilógica, intentando por encima de todo imitar a la manada ya que es perteneciendo a ella como nos sentimos a salvo. A la supuesta escasez de aceite de girasol se le adjudican equivocadamente causas bélicas que el Ministerio de Agricultura intenta cansinamente desmentir, aunque no miente al informar que España compra gran parte del que necesita a ese país en guerra. Algo debe influir ese paro patronal, que no tiene nada que ver con una huelga de camioneros, que está colapsando las redes de distribución de productos básicos generando una enorme confusión social al no exponer con claridad la identidad, los objetivos y los métodos que se están utilizando para paralizar innumerables sectores productivos y causar tantísimas pérdidas.

Si el precio del aceite de girasol es hoy casi igual que el de su hermano aristócrata, el aceite de oliva, no es por desabastecimiento sino gracias a una demanda compulsiva y desquiciada que viene muy bien para crear esa imagen de escasez ficticia que justifica la subida brutal y completamente insolidaria de su precio. Un río muy revuelto en el que hay pescadores que hacen grandes negocios. Incluso la OCU ha señalado que el aceite que ahora se está vendiendo procede de la cosecha de girasol del verano, antes de la guerra, por lo que la hipotética carencia no se produciría hasta el próximo año. Demasiado tiempo para atesorar botellas en armarios a rebosar teniendo en cuenta además que, pasado un año del envasado, el aceite pierde calidad y propiedades. No ayudan las decisiones de algunas cadenas alimentarias de restringir por su cuenta y riesgo la adquisición de aceite de girasol, saltándose la Ley del Comercio Minorista. La única forma de negarse a formar parte de la manada aborregada y atemorizada que algunos fomentan interesadamente es forjar opiniones propias sustentadas en realidades objetivas. La mejor forma de sobrevivir ante situaciones difíciles es la inteligencia y la solidaridad frente a la mezquindad.

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