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LA CIUDAD DE LAS DAMAS

Amarguras de la infancia

Amarguras de la infancia

La infancia, la dulce infancia, a veces no tiene nada de dulce y puede convertirse en una píldora amarga, de difícil digestión. No debería pasar pero las cifras cantan e impresionan cuando se constata que España ocupa el séptimo lugar de los países con más acoso escolar en el mundo.

Hay quien piensa que abusones y sufridores en los centros escolares ha habido siempre pero que ahora se les presta una atención excesiva. Andan muy equivocados porque, aún siendo muy posible, efectivamente, que estas conductas destructivas e incompatibles con la convivencia hayan existido siempre, no queda justificado de ninguna forma que se hayan de tolerar eternamente. Hay que pensarlo dos veces antes de utilizar esa manida frase que justifica lo injustificable en base a su arraigada existencia, como se pretendía hacer con conductas tan inhumanas como el maltrato a las mujeres. También estarían mejor callados los que opinan que esos conflictos fortalecen el carácter, como quien supera el sarampión sin tratamiento aunque se le quede la cara llena de cicatrices.

El acoso escolar es una dura realidad que solivianta a cualquiera porque nadie quiere pensar que los centros escolares sean espacios de tortura y maltrato para gente pequeña, vulnerable y merecedora, sin duda alguna, de una existencia feliz. Pero el hecho es que siete de cada diez criaturas de este país sufren acoso todos los días en su jornada escolar, por lo que las dimensiones de la tragedia son lo suficientemente grandes como para requerir actuaciones contundentes sin caer en la tentación de no mirar al monstruo a la cara.

Hay que aprender a identificar el problema teniendo abiertos los canales de comunicación con los menores para saber escuchar, incluso lo que a veces no se explicita, para detectar señales evidentes de que algo va mal. Cuando bajan las notas, empeora el sueño, cambia el carácter, cuando se pierden cosas, cuando se está demasiado tiempo en casa, cuando se llora sin motivo o se irritan sin explicación. Cosas que ciertamente pasan aunque no se sufra acoso y ponen a prueba la capacidad de discernimiento de los adultos implicados. Pero solo el 15% de las víctimas lo cuenta. Las demás callan, avergonzadas, acobardadas, inseguras y esa soledad es un castigo adicional que no deberían soportar.

Si observar es difícil, todavía es más complicado cuando la duda queda resuelta de la peor manera, no lanzarse a la yugular del agresor o agresora o aburrir a la víctima con toneladas de consejos y recomendaciones improvisadas que la enmudecen. Reacciones lógicas pero improcedentes porque el empeño ha de ser romper el mutismo y hacerles sentir nuestro apoyo y respeto.

Hay que andar con pies de plomo para no cometer errores imperdonables. Quitar importancia a lo sucedido, recomendar resignación o por el contrario animar a la violencia como respuesta, lanzarse contra el acosador en plan vengativo ignorando al agredido… no son estrategias adecuadas para ayudar a la criatura a superar la situación.

Es en el centro escolar donde deben existir los mecanismos necesarios, ágiles y eficaces que den respuesta inmediata a cualquier conflicto. Donde deben existir respuestas efectivas que impliquen a toda la comunidad escolar. Por eso es de agradecer el protocolo contra el acoso que se pondrá en marcha en los centros educativos de Xàtiva por iniciativa de la concejalía correspondiente. Con la confianza de que no sea un papel mojado, útil sólo para hacerse la foto correspondiente sino que canalice la experiencia de la comunidad escolar, delimite responsabilidades y competencias y facilite soluciones para erradicar el acoso, que no es más que violencia, de los centros escolares donde una asignatura obligatoria es aprender a convivir en paz.

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