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LA CIUDAD DE LAS DAMAS

Yo me quedo en la cama igual

La Guardia Civil celebra el día de su patrona

Después de la celebración más o menos lucida del 9 de octubre, Día de la Comunitat Valenciana, llega el 12 de octubre, también festivo en este país aunque este año no se haya podido armar uno de esos codiciados puentes vacacionales. Esta fiesta se conoció durante mucho tiempo como el Día de la Raza (glup) hasta que la dictadura de Franco le cambió el nombre en 1958 por el de Fiesta de la Hispanidad. Más tarde, en 1987 recibe el nombre de Fiesta Nacional de España, denominación que se mantiene en el presente. Imposible no recordar aquella cancioncilla que decía: «cuando la fiesta nacional, yo me quedo en la cama igual…»

La primera denominación, Día de la Raza, pone ciertamente los pelos de punta porque recuerda tiempos no tan remotos y a individuos que no han sido enterrados suficientemente hondo, que le daban al concepto de raza una connotación peligrosa y dolorosa. Sobre todo porque lo de la diversidad les venía grande y el concepto de raza se asociaba a la supremacía de unas sobre otras.

El Día de la Hispanidad, conmemorando el descubrimiento de las Américas tampoco concitaba consensos, sino todo lo contrario, sobre todo en los países afectados. Con el tiempo, la Historia recupera veracidad y desde el prisma de la objetividad se va viendo que aquello que llamaron descubrimiento, conquista o gesta, tuvo poco de épico y mucho de expolio y exterminación.

Hoy sabemos que lo que hizo Cristóbal Colón al parecer ya lo habían hecho antes los vikingos o los portugueses. Y también que la tierra «descubierta» no necesitaba ni se benefició especialmente de la llegada de una avalancha de extranjeros ávidos de riqueza cuyo principal interés no era llevar el progreso y el bienestar, como quedó bien demostrado, sino que más bien aportó enfermedades y violencia. No es grato recuerdo, ni motivo de orgullo y satisfacción, reconocer que la llegada de los conquistadores españoles al continente americano causó uno de los genocidios más grandes en la historia de la humanidad. No se puede llamar de otra forma al violento proceso de imposición cultural, política y militar que se llevó por delante a cerca de 90 millones de indígenas.

Pero lo de la Niña, la Pinta y la Santamaría es una tríada bien integrada en nuestro fondo cultural y el concepto de Colón y los Reyes Católicos, sus patrocinadores, mantiene su aura de hazaña transcendental que cambió el mundo. Va siendo hora de contar a las nuevas generaciones la verdadera historia y dejar de embellecer el brutal proceso de colonización basado en la fuerza de las armas y no en romances entre rudos marineros y seductoras indígenas. Eduardo Galeano reseñó que en su diario del Descubrimiento, Colón escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios, lo que ya es indicio de los intereses reales de los colonizadores. Cambiar el relato es importante, no por venganza u otros intereses ilegítimos, sino simplemente por amor a la verdad y por justicia histórica.

En cualquier caso, sobre todo en la capital, se celebra la Fiesta nacional con unos sonoros desfiles militares que seguramente no tengan nada que ver con el desproporcionado aumento del gasto en Defensa de este año, pero que siguen teniendo un tufillo nostálgico de banderas al viento y glorias pasadas, basadas en las armas y la conquista.

Sería mejor rebautizar el evento como Día de los Pueblos indígenas o de la Diversidad cultural como se hace en algunos países, para corregir nuestra tendencia al autoengaño y nuestra indefensión ante la manipulación. Aunque también sea cierto que la música militar nunca nos supo levantar.

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