DIMARTS MERCAT

Cañizares, su capa roja y su ideología facha

Cañizares, en la catedral este jueves

Cañizares, en la catedral este jueves / Victor Gutierrez

Vicent Soriano

El de la capa roja. El personajillo lleno de odio y de ideología fascista se marcha como llegó: escupiendo sapos y culebras con esa vocecilla de mosquito que oculta en cada una de sus frases una rabia inusitada y aún peor: se sirve del nombre de Cristo para repartir olor a podrido. Muy, pero que muy podrido.

El personajillo, de apellido Cañizares y de profesión sus labores conquistadoras, dice adiós habiendo escrito una buena colección de estupideces, sandeces y oratorias aplaudidas por sus acólitos de sotanas negras, manos en oración, y canciones balsámicas solo para creyentes: «el señor hizo en mí maravillas». De eso no cabe ninguna duda: maravillas por doquier.

Cañizares se marcha dejando un sabor agrio en cada una de sus homilías sucias e impresentables, como si la razón le favoreciese en cada uno de los discursos. Llegó a calificar al colectivo gay de imperio dominante y junto a ellos a ciertas ideologías feministas, y se permitió exhortar a las familias a promover el matrimonio único e indivisible entre un hombre y una mujer, asegurando que la diversidad era irresponsable y suicida, producto de las ideas dominantes. Como si él fuese quien marcase los modelos establecidos, vaya usted a saber con qué razones ocultas. Y más chulo que veinticuatro afirmó que algunos modelos de familia desfiguraban la «normalidad». Es de suponer que dicha normalidad para el de la capa roja podían ser presuntos lugares frecuentados, como el cuarto oscuro, la clandestinidad, el engaño, la fe inventada y misteriosos milagros que no cabe explicar. Es todo muy sucio y rechazable. Todo demasiado impresentable.

El chuleta aprendiz de oraciones para sus creyentes y para los que comulgan con su ideología facha, se dedicó tras el pacto PSOE-Podemos a una crítica feroz a la clase política de izquierdas, que según su opinión llevaba camino de romper España, por intentar imponer «una visión antropológica radical». Pues oiga, si se rompe, la pegaremos con material de ese rápido y seguro que se apaña aunque sea con un apaño.

Cañizares se alejó de los casos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia afirmando que era nada comparable los abusos descubiertos «a unos cuantos niños con los miles de abortos realizados», intentando además manchar la imagen de la medicina y justificando las denunciables prácticas de algunos de sus colegas, en modernos y carísimos pisos de jacuzzis y calefacción central, mansiones pagadas por todos aquellos que creen que todo el mundo es bueno.

En plena crisis de la llegada de refugiados, el ya arzobispo retirado dudó de que todos los que llegaron necesitasen de un refugio, cuando la realidad demostraba que muchos de ellos perdían la vida en el camino: hombres, mujeres y niños, en trágicas situaciones de impotencia. Pero Cañizares se escudaba una vez más en su capa roja para afirmar que era libre en sus expresiones, pero se le olvidó decir que abría las puertas de la catedral para todos aquellos que necesitasen un refugio, un trozo de pan o un vaso de agua, «dar de comer al hambriento y de beber al sediento», dijo su Señor para que sirviese de norma general, cuando se diese el caso, pero no era este el caso al parecer. La catedral cerradita a cal y canto y mañana encendemos cuatro cirios solicitando perdón eterno si algo mal hemos hecho. La capa roja de Cañizares ya no cubrirá su ideología facha. Algo se ha conseguido al menos: largarlo de estas tierras con su odio a cuestas.

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