OPINIÓN | Mar Vicent | La Ciudad de las Damas

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"Mantener viva la memoria no tiene nada que ver con el rencor o la venganza, ni siquiera con la rabia o la justicia. Simplemente es un factor de supervivencia individual y colectiva que nos permite tener conciencia de lo que hemos vivido para que jamás vuelva a repetirse"

Coches destrozados por la dana

Coches destrozados por la dana / / Europa Press

Mar Vicent

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De todo lo que ha pasado durante los 10 meses de vacaciones por la cara que se ha tomado esta columna, sin duda lo más importante ha sido la DANA.

En la lista de sucesos impactantes que nos ha tocado vivir, está a la altura del 11M en 2001, cuando veíamos estupefactas como los aviones impactaban, en secuencia repetida una y otra vez contra aquellas torres, símbolo de poder y progreso. Y deseábamos con fervor infantil que apareciera Superman o Spiderman o Tom Cruise o quien fuera, para demostrar que todo era pura ficción.

La misma sensación de incredulidad se vivió en 2020, cuando el Presidente del Gobierno, con cara de pocos amigos, plenamente justificada por otra parte, anunció que quedábamos confinados en nuestras casas por tiempo indefinido a causa de una pandemia mundial cuyo origen y tratamiento no estaba nada claro. Ese anuncio hizo que de repente nos sintiéramos vulnerables, frágiles, víctimas de una amenaza invisible que alimentaba nuestros miedos más irracionales. De ser los amos del mundo pasamos a ser los últimos monos, nunca mejor dicho, como si desde un fantástico laboratorio alguien estuviera haciendo experimentos con nosotros.

"No se trata solo de sentir compasión, solidaridad, rabia, incertidumbre, sorpresa… sino memoria, sobre todo a estas alturas, cuando la película ya no es un estreno sino reposición"

Ahora en 2024 hace poco más de dos meses presenciamos las espantosas escenas de ese enorme caudal de agua enmarronada que lo arrasaba todo, que aparecía en las calles de poblaciones completamente desprevenidas, colocando a las personas en situaciones imposibles que ni ellas, ni nadie, jamás pensó que se podrían vivir o presenciar. Localidades donde vivían amigas y conocidos, que hemos visitado, que veíamos desde un tren que unía sus estaciones hasta que un fenómeno, no tan inexplicable como algunos quieren hacer creer, se lo llevó todo por delante. La estación, el tren, la calle, los coches, las casas, las personas….

Quien no haya quedado impactado en mayor o menor grado por la tragedia, tendría que hacérselo mirar. O vive en una burbuja de acero inoxidable que solo le devuelve su propia imagen o necesita un implante urgente de corazón porque el suyo se perdió en el camino.

Con todo, no se trata solo de sentir compasión, solidaridad, rabia, incertidumbre, sorpresa…. Sino memoria, sobre todo a estas alturas, cuando la película ya no es un estreno sino reposición. Parece mentira lo escasos que vamos de esta capacidad mental que permite registrar, retener y recuperar información del pasado, ya sean imágenes, ideas, sentimientos o experiencias. Nadie podría negar que de todo ello, tras la DANA, todos hemos almacenado un buen fondo de armario que intentamos gestionar de la mejor manera posible

Aristóteles creía que los recuerdos eran espíritus que viajaban por la sangre hasta el corazón. Es bonito pero mentira, como otras afirmaciones de este buen señor. Hoy sabemos que la memoria es fruto de las conexiones que se establecen entre neuronas y que la memoria colectiva es el conjunto de recuerdos que se transmiten de generación en generación y sirven para atesorar experiencias que mejoren nuestras vidas.

O deberían servir, porque a la virtud de la memoria se contrapone el vicio del olvido, que aunque pueda considerarse un sistema de autodefensa, a veces, es letal. Sobre todo cuando implica ese insultante borrón y cuenta nueva que entierra definitivamente las tragedias, a sus víctimas visibles e invisibles, que exime de responsabilidades y se despreocupa de la búsqueda de soluciones. Mantener viva la memoria no tiene nada que ver con el rencor o la venganza, ni siquiera con la rabia o la justicia. Simplemente, es un factor de supervivencia individual y colectiva que nos permite tener conciencia de lo que hemos vivido para que jamás vuelva a repetirse.

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