La médica setabense que rompió moldes y dejó huella en el exilio mexicano

Cecilia Sanz rechazó la disciplina católica del colegio y estudió medicina en contra del criterio de su padre. Tras la guerra civil emigró y rehízo su vida en Tampico, donde se celebra un festival con su nombre en agradecimiento por su labor como promotora cultural

Cecilia Sanz.

Cecilia Sanz. / Levante-EMV

Salvador Catalá

Xàtiva

Cecilia Sanz Sanz pronto será rescatada del olvido en España si el Ayuntamiento de Xàtiva mantiene su idea de ponerle su nombre al nuevo centro médico que proyecta construir en la capital de la Costera. «Però qui és esta dona?», se preguntarán muchos setabenses. Evocaremos hoy su recuerdo aprovechando la celebración este mes de tres efemérides: la del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, la celebración del día de San Valentín, y el triste aniversario del bombardeo de la estación de Xàtiva a finales de la Guerra Civil. En las tres, Cecilia constituye un referente.

Sanz nació un 5 de diciembre de 1914. Sus padres se habían casado en la Seu el 5 de octubre de 1910. Fueron Ernesto Sanz Roselló y Cecilia Sanz Carañana. Tuvieron que pedir dispensa papal por su condición de primos. Ernesto situó su consulta médica en la Albereda de Xàtiva, y ella se dedicó a ser ama de casa.

Ernesto se convirtió en doctor con un gran compromiso social. Ingresó en el Casino Setabense, ayudó en la creación del movimiento scout y del primer museo de Xàtiva, se hizo republicano, fue regidor en los tiempos de Lino Casesnoves y protagonizó conferencias en defensa del matrimonio, como "mejor remedio" para fomentar la salud pública, al evitar la sífilis y «dar la felicidad al hombre», de forma que evitara la taberna y la peligrosísima promiscuidad.

De aquel matrimonio nacieron 4 hijas, de la que sólo sobrevivió Cecilia. Dos fallecieron antes de llegar al año de vida fruto de las infecciones y de la gripe, que tantas vidas segó en aquel maldito octubre de 1918, mientras que Maritín  murió en plena adolescencia, no sin antes sufrir el duro golpe de la muerte de su madre, un 13 de agosto de 1921. 

Ernesto quedó viudo con dos hijas a su cargo. Al no poder atenderlas, las envió a un internado católico, mientras alcanzaba la dirección del hospital de la Seu de Xàtiva, y presidía el consejo de la revista local Unión Cultural, posteriormente Játiva. Consecuente con su ideario contrario a la soltería, buscaba nueva esposa. Se volvió a casar con María Pérez Francés. «Tengo la fortuna que mi padre se vuelve a casar y ganó así una verdadera madre», cuenta Cecilia en sus memorias. De aquel segundo matrimonio nacieron dos hijos: María y Ernesto Sanz Pérez, siendo el segundo continuador de la saga Sanz de médicos hasta la actualidad.

Cecilia rechazó la disciplina católica del colegio, sufrió el varapalo de ver morir a su hermana María Sanz Sanz, pero lo compensó con la alegría de ganar a dos medio hermanos, los Sanz Pérez. Decidió ser médico como su padre, y nadie le apoyó, a excepción de su nueva madre. Finalmente, consiguió estudiar medicina, y para demostrar a su padre lo equivocado que estaba, se mató a estudiar para sacar las mejores notas en un mundo de hombres. Cecilia abrió camino, rompió determinismos de género y, entre libro y libro, se enamoró de un compañero de estudios, Vicente Ridaura, natural de Carlet, y simpatizante del comunismo en tiempos de efervescencia republicana. Para conmemorar el día de San Valentín, Cecilia describe a su amor como «el hombre más extraordinario que se pueda conocer…inteligente en grado sumo, iconoclasta, ingenioso, culto, feo, y enormemente atractivo».

El amor le llevó a casarse un 14 de julio de 1936, en la capilla del Hospital de la Seu, suponemos a petición expresa de su padre, por ser el lugar donde desarrolló Ernesto toda su carrera profesional en defensa de la sanidad pública. Cuatro días después, estalló el golpe de Estado y padre, hija y consuegro fueron militarizados, pero no para ir al frente, sino para salvar vidas en la retaguardia republicana.

Ernesto Sanz fue designado por el Comité como la máxima autoridad sanitaria de Xàtiva, responsable de gestionar los hospitales de sangre encargados de atender los heridos llegados de los campos de batalla y, sobre todo, tuvo que asistir a las víctimas del bombardeo, de aquel crucial día, del 12 de febrero de 1939. Mientras tanto, los Ridaura Sanz desempeñaron idéntica función en el Hospital de la 44 Brigada Mixta de Madrid. Acabada la guerra, Ernesto Sanz fue cesado de su cargo como director y represaliado de la forma más injusta posible. 86 años después se espera algún homenaje para recordar a quien tantas vidas salvó en Xàtiva, antes y después de la Guerra Civil. Encima, su hija Cecilia tuvo que partir camino del exilio, después de pasar por Francia, haciendo lo mismo que su padre, salvar vidas en hospitales. Tuvo la suerte de poder entrar en México. Así lo cuenta en sus memorias:«Nos embarcamos en el Sinaia, que fue el primer barco oficial que se organizó para trasportar refugiados españoles. El barco había sido anteriormente un transporte de caballos. Ahí nos metimos 1800 personas y ese viaje es algo muy difícil de olvidar».

Calurosa acogida en Veracruz

Al contrario que hoy en día, los refugiados fueron bienvenidos. Imborrable el recuerdo que quedó para Cecilia, el 13 de junio de 1939, «no creo que haya nada más dramáticamente emotivo que nuestro arribo a Veracruz. Toda la población se volcó en el puerto, con miles de mantas y expresiones de bienvenida, la gente formaba una estrecha valla por la que desfilábamos y todos nos querían dar la mano, nos abrazaban, daban vivas a la República y lloraban junto a nosotros».

 Los Ridaura Sanz pudieron rehacer su vida en Tampico como médicos y promotores culturales. Desde 1999, esta localidad organiza un Festival en recuerdo de Cecilia, con la realización de todo tipo de actividades relacionadas con la literatura, música y teatro. Mientras, en Xàtiva, del doctor Ernesto Sanz no se acuerda nadie, ni se le ha dedicado ningún homenaje. Ojalá se ponga remedio algún día a tan gran injusticia.

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