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Reloj, no marques las horas
"Nadie da respuesta, nadie da la cara ante una situación caótica de muertes y desapariciones"

Carlos Mazón interviene en un acto. / Manuel Bruque | EFE
Vicent Soriano
«Reloj, no marques las horas porque voy a enloquecer…» dice una canción eterna y de sobra conocida por todos que nos habla de amor, desengaño, esperar un amanecer con miedo y tristeza y de buscar la solución donde probablemente no existe. Es una canción triste y de pocas soluciones, porque el reloj no engaña, no conoce de tiempos muertos ni de heridas que cicatrizan durante el paso de las horas, minutos y segundos para convertirse en días, semanas, meses y años. El reloj marca inexorablemente las situaciones placenteras y dolorosas. La atracción sexual y el adiós más inesperado, el deseo y el desengaño, la ineficacia y el dolor más extremo, la inutilidad y la cobardía, el miedo y la culpabilidad no reconocida. El asco y el silencio, el desespero y la virtud, el insulto y la firmeza…. Un cóctel demasiado peligroso que cuando se mezcla puede explotar, sin saber cuál ha sido el detonante de la desgracia, de la pena y el llanto.
14,10. Entrantes de pulpo con aceite de oliva virgen del Alto Maestrazgo, para ir abriendo boca, acompañado de un vino blanco de la Font de la Figuera y llevar la conversación donde a uno le interesa creando un ambiente íntimo y adecuado. El teléfono deja de molestar. Es tiempo de asueto al menos por unas horas. El reloj, sin quererlo, es cómplice de la decisión.
15,43. Solomillo a la pimienta y vino tinto que viene del Penedés, todo al punto y carne de primera calidad. Hay que brindar por las buenas nuevas, por las decisiones que están por llegar y la alegría que provoca el buen caldo de reserva especial para presidentes y acompañantes. Parece que llueve, pero todo es efímero. El teléfono calla y vibra de vez en cuando. Quedan minutos y horas por delante. Es tiempo de aprovechar el tiempo.
17,42. El chupito de la casa haciendo honor a su nombre (¿se sirve arriba o en el reservado de abajo?) Las gotas de lluvia siguen el ritmo de lo que se cuece en el exterior. ¿Será posible que el agua sea capaz de tanto daño como parece? Leche y releche, hay que rellenar de llamadas inútiles para dar la sensación de que hemos estado al pairo de la situación. Los muertos comienzan a flotar por el río terrible convertido en un horrible cementerio.
20,38. ¿Cómo están los máquinas? Aparece en el Centro de Coordinación de Emergencias (CECOPI) quien todavía siente en el estómago la sensación de dulzura del chupito. Han pasado varias horas que no se pueden explicar por la sencilla razón que se detuvo el reloj girando las manillas de la incompetencia. Hay silencio en todo ese tiempo. Es una nube envuelta de terror y miedo. Aparecen imágenes que detienen el corazón y ya nada es silencio. Todo son gritos de impotencia y rabia. La desgracia asola calles y plazas. Nadie da respuesta, nadie da la cara ante una situación caótica de muertes y desapariciones. Agua embarrada y cañas que hablan de dolor y miedo. No hay tiempo para nada más, sino para comenzar a llorar. Allí, donde se detuvo el tiempo de manera ruin y miserable, todavía quedan restos de vino y de conversaciones. Solo alguna lágrima acompañará su adiós cuando se lo trague el desagüe. Como a las 224 víctimas y 3 desaparecidos que nunca más pondrán en marcha su reloj.
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