Trescientos habitantes y un museo al aire libre
Esas paredes han servido para convertir Fanzara en una atracción permanente, aunque desde el pasado año, el Festival grafitero dejó de serlo.

Arte Urbano en Fanzara / ESTEPA-UV
Vicent Soriano
Dicen las buenas lenguas, las cuales son difíciles de encontrar en los tiempos que corren, que todavía existen pueblos que con un mínimo de movimiento, pueden despertar la curiosidad de ciudadanos y visitantes y convertirse en centro de atención por motivos de lo más variopinto. Fanzara, un pequeño pueblo de apenas 300 habitantes, enclavado en el interior de la provincia de Castelló, allá por la Sierra de Espadán es un buen ejemplo donde mirarse como si fuera un espejo de esos que sacan la mar de guapas a las brujas y agrias como el vinagre a las princesas de sangre azul o rojo clarito que nunca llegan a carmín intenso.
Fanzara es un pueblo de esos que bien mirado de frente o de perfil, apenas tendría ningún tipo de interés si no hubiese un «pero» que añadir.
Cuatro calles, un campanario, el Bar de la Plaza donde se especializan en «cremaets» y embutidos de la zona. Aquí se acabó el interés y nace el «pero»: paredes y más paredes llenas de grafitis, verdaderas obras de arte, colores y más colores, y cuando llegan las fechas del Festival, un verdadero trasiego de artistas y visitantes, convirtiendo el pueblo en una macro galería al aire libre.
Esas paredes han servido para convertir Fanzara en una atracción permanente, aunque desde el pasado año, el Festival grafitero dejó de serlo.
Seguramente a algún espabilado de turno, de esos que se sientan en los sillones mullidos del Ayuntamiento, gobernado por el PP, exigió una serie de condiciones para pintar las paredes del pueblo, pero ahí están los 160 murales que marcan la libertad creativa.
La historia detrás de este festival es una historia dramática con final feliz. En el año 2004, desde el Ayuntamiento se decidió instalar un vertedero de sustancias peligrosas en el pueblo, con la idea de revitalizar la economía y ofrecer puestos de trabajo. Esto, como era de esperar, generó una gran polémica en la zona y la división entre los vecinos del pueblo, surgiendo incluso una plataforma vecinal contraria al proyecto, que luchó por pararlo, alegando que el proyecto supondría un claro perjuicio ambiental para la zona, rodeada de montañas.
Ganaron la batalla y la construcción del vertedero se paralizó. Así, años después, surgió el festival MIAU (Museo Inacabado de Arte Moderno), que logró unir a la población gracias a un proyecto artístico con el que atraer al turismo de forma saludable para los vecinos y para el entorno.
Ese Museo al aire libre les sobra y les basta a los habitantes de Fanzara para mostrarse al resto del mundo. Tienen una razón, una sola razón para exponerse y no hace falta tener 7 u 8 para al final quedarse a medias con casi todas. Hagamos una odiosa comparación: Ciudad de las mil fuentes (que son una decena); los Borja que se confunden con el santo de Gandía; el Castillo desde donde se divisa el Puig y Santa Ana; la Cova Negra y l’Estret de les Aigües; la Baixada de Sant Josep y las fallas de interés autonómico que no salen ni un minuto en la «cremà» de Àpunt (y ni uno es ni uno), ahora la Semana Santa que parece que nos haya tocado el euro millón y veremos cual es la próxima que nos cargan a cuesta de donde presumir como chulos y macarras. Como dice Botifarra, «els de Xàtiva pixen i no es torquen». Fanzara solo tiene murales por las calles y miles de turistas que los visitan. «Aquí tenemos de to» como dicen en Enguera. Solo falta ponerlos en orden y luego presumir si es que podemos estar orgullosos. Que seguro que no estamos. n
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