OPINIÓN | Mar Vicent

La Reina de la Fira de Xàtiva

"El rubor viene porque es difícil digerir que una ciudad moderna, referente en las políticas de igualdad en un entorno hostil y comprometida en la lucha contra la violencia machista, se refugie en el discurso fácil de la defensa de las tradiciones sin cuestionar los valores que defiende y evitando confrontar con el monstruo de los prejuicios"

Una inauguración de la Fira d'Agost.

Una inauguración de la Fira d'Agost. / Adrián Mancebo

Mar Vicent

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Xàtiva

Es muy posible que la próxima elección de la Reina de la Fira de Xàtiva deje indiferente a gran parte de la población. No es un hecho de importancia capital que cambie la vida de las personas. Aunque, según relata uno de los mejores cronistas de la ciudad, no era así hace unos pocos años, cuando la acertada evaluación, no tanto de las cualidades de las candidatas como del poder político de sus padres, podía conseguir importantes mejoras para la ciudad. De la mano paterna de algunas Reinas llegaron la Piscina Olímpica Murta hoy desaparecida o el Hospital Lluís Alcanyís. Cosas de ese país en blanco y negro que hemos dejado atrás afortunadamente (aunque si la elección de alguna jovencita pudiera servir para resolver el tema del parking del Hospital, habría que pensárselo. En serio.)

Con todo, hay gente a quienes se les atraganta la elección, con un sentimiento que puede oscilar entre la decepción y la indignación, mezclada con un pelín de vergüenza ajena

Decepción, ante un gobierno progresista que está realizando una gestión que merece un amable notable a pesar de los tiempos duros que le ha tocado vivir. Pero al que le falta el coraje suficiente para ser coherente con sus principios por puro cálculo electoral y por eso mantiene una tradición anacrónica que atenta contra los principios de igualdad y perpetua roles y estereotipos de género.

Indignación porque la elección de una mujer solo por el hecho de serlo, para ejercer una función para la que todas sirven porque ninguna exigencia hay, es un insulto a todas las vecinas de la ciudad, a todas las mujeres que quieren ser visibles, pero por su talento, sus méritos y competencia y no para ser colocadas en un escaparate y lucir bonito. 

El rubor viene porque es difícil digerir que una ciudad moderna, referente en las políticas de igualdad en un entorno hostil y comprometida en la lucha contra la violencia machista, se refugie en el discurso fácil de la defensa de las tradiciones sin cuestionar los valores que defiende y evitando confrontar con el monstruo de los prejuicios. 

A las mujeres, a estas alturas, no les interesa reinar, sino gobernar. Quieren estar en lo alto de la pirámide para demostrar inequívocamente su valía, su compromiso con la ciudad, su forma de entender la Fira como una cita festiva de enormes repercusiones económicas. Como hacen y siempre han hecho los hombres. 

Todas las mujeres setabenses que han desempeñado ese papel han aportado, mucho más que lo que se les pedía: no sólo juventud, sino madurez, no sólo imagen, sino inteligencia, no solo amor a la Fira, sino compromiso con la ciudad y sus habitantes. 

Ya sería hora de jubilar al personaje ficticio y dar valor a las personas reales, las mujeres, buscando alternativas que encajaran con la realidad que vivimos. Hay propuestas: desde hacer una elección democrática contando con el tejido social a fijar criterios de capacidad, mérito o trabajo pasando, por supuesto, por incorporar al otro sexo en plano de igualdad, que de subordinación ya sabemos mucho y sobra.

Hay gente que espera y confía en que llegará el día en el que todas las proclamas contra la discriminación de las mujeres, escuchadas dentro y fuera del Ayuntamiento, irán más allá de colocarse tras la pancarta oportuna. Es lo que tiene la lucha por la igualdad, vocación incómoda donde las haya, que no se puede defender los días pares, y ponerse de perfil los impares. 

Pronto hará 10 años que se celebró aquella votación ciudadana que sirvió para salir del paso, aunque mucho se podría cuestionar su veracidad dada la organización y la participación que obtuvo. En esos años, es seguro que las ideas han evolucionado, aunque no tan rápido como sería deseable. Quizás sería el momento de admitir que no se puede gobernar al gusto de todos y concluir que la coherencia ideológica y la honestidad es la mejor recomendación de voto que se conoce. De ahí a reunir el valor para afrontar el desafío de intentar cambiar una tradición tan obsoleta, guardando las distancias, como el Toro de la Vega, hay un paso.  

Ojalá se atrevieran a darlo. 

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