Enrique Herreras

No voy a repetir que Tres sombreros de copa es una obra maestra del teatro español (del de humor y del otro). Tampoco quiero pararme a recordar que Miguel Mihura la escribió casi veinte años antes de que naciera la cantante calva. Y mucho menos que si bien el propio autor sigue en la memoria colectiva, pervive una cierta injusticia referida a su figura. Es evidente que este autor irónico, burlón y sentimental, experimentó en su piel el favor del público, pero también que una parte de la crítica, de uno y otro lado, lo minusvaloró por motivos ideólogos, sobre todo por aquéllos que en la Transición traicionaron a los suyos, a Buero y a Sastre.

Gajes de nuestra historia en los que no quiero profundizar -algún día habrá que hacerlo- porque prefiero hablar de las maravillas de este montaje. Y en primer lugar felicitar a Teatres de la Generalitat por romper con la anormalidad de que nuestro más reconocido director de escena, Antonio Díaz Zamora, llevara tiempo apartado de sus producciones.

No se entiende este hecho; porque el veterano director valenciano nos ha deleitado con uno de los montajes más redondos, como producción pública, de los últimos años. Redondo, cuadrado y triangular, porque todos los ingredientes se han puesto de acuerdo para formalizar un engranaje perfecto y vivo. Puro teatro.

Ahí está esa caja de sorpresas, por buscar la definición más apropiada, la del propio director, que da cabida a estilos y géneros del mundo del espectáculo, lo absurdo, lo excéntrico, la parodia, el music hall, apuntes circenses, la tragicomediaÉ Y, claro, al mihurismo.

El vestuario, la iluminación, la música, la coreografía y la escenografía son los ríos que van a dar a la mar de la interpretación. Sergio Caballero, convertido ya en un actor de muchos quilates, borda a Dionisio; Inés Díaz hace lo suyo con Paula; Rafael Calatayud es un Don Sacramento arrollador; Manuel Puchades, un perfecto Odioso Señor; Pep Sellés, un auténtico Buby, y Pep Cortés, el mismísimo Don Rosario. Brillante todo el elenco, porque no hay el mínimo chirrido, como pedía el gran Stanislavski. Todo el equipo sube al cielo, como la habitación diseñada por Azorín. Puede que en las próximas noches tenga usted muchas cosas importantes que hacer, incluso dormir, deje alguna de ellas y acuda a quitarse el sombrero por este complejo de vitaminas teatrales, por este brebaje de humor y melancolía.