Alfredo Brotons Muñoz

D e vez en cuando, más a menudo de lo que se cree, en las veladas que para entendernos llamaremos sin numerar en el Palau se dan maravillosos descubrimientos. El último ha sido el de una pianista búlgara de veintidós años que ha demostrado poseer todas las condiciones para, más pronto que tarde, convertir el suyo, Anna Petrova, en un nombre muy importante en el panoarama musical actual.

Más allá del considerable dominio de la técnica, la primera y principal sorpresa fue la acusada personalidad interpretativa que demostró ya desde el mismo inicio de la Sonata op. 1 de Alban Berg. Con sonido pleno y extraordinario control del tempo y de la fuerza, esta obra en principio tan ajena a la emoción romántica se llenó de expresión merced a la perfecta traducción de todas sus indicaciones de ejecución.

La Fantasía op. 17 de Schumann arrancó con una conjunción perfecta entre las ruedas de la mano izquierda y el canto de la derecha. La detención en la exposición, las calibradas progresiones dinámicas del desarrollo, la oportunidad con que se midieron los silencios, incluso el matizado fraseo de la cita final de A la amada lejana (Beethoven) consiguieron en ese primer movimiento un idóneo equilibrio entre rigor estructural y carácter rapsódico. Y si en el final se logró algo similar pero con un uso del pedal aún más inteligente, fue tras la exhibición de riqueza tímbrica para en el intermedio teñir cada frase de su color apropiado.

En las Variaciones sobre un tema de Chopin de Mompou, el tema (del Preludio nº 7, en la menor) se planteó desde la sensibilidad del compositor polaco para, poco a poco, irnos sumergiendo en la del catalán hasta la décima variación. Antes la delicadeza raveliana de la tercera variación (para la mano izquierda) o el saltarín poderío de la quinta, después la espectacularidad virtuosística de la duodécima constituyeron momentos de especial disfrute.

Del Allegro assai de la Appassionata de Beethoven se recordará con particular agrado el nervio y la tensión constantes, con regulaciones abismales de máximo efecto aunque también con trinos (único aspecto mejorable que se pudo apreciar a lo largo de todo el recital) no absolutamente igual. Del Andante con moto el sutil subrayado de las disonancias. Del final el vértigo sin desmadre en el desarrollo.

Artista muy completa, el trepidante Estudio nº 1 de Prokofiev ofrecido como propina abrió perspectivas de nuevos territorios por los que transitar en una futura ocasión que esperemos n o se haga mucho de esperar. Ahora ha venido a una Rodrigo casi vacía. Entra dentro de lo muy posible que vuelva a una Iturbi rebosante de público ansioso.