La entrevista cuenta con una larga historia. Para unos, el primer entrevistador fue James Gordon Bennet, director del New York Herald, quien en 1836 contó el asesinato de Juan Manuel León González, según testimonio de Rosita, el ama de llaves; en opinión de otros, fue Horace Greely, al publicar en el Tribune de Nueva York, en 1859, una conversación que mantuvo con Brigham Young, líder de los mormones.

Manuel del Arco ha pasado a la historia del periodismo español como maestro de la entrevista, tras haber publicado una diaria, durante un cuarto siglo, en La Vanguardia de Barcelona. Su estilo no podía ser más simple: breve presentación del personaje, pregunta, respuesta, pregunta, respuesta, etcétera, y frase final, más o menos brillante. Quedaba en simple apunte, demasiado superficial. Le leí durante la década de los sesenta, periodo en el que me satisfacía mucho más los reposados encuentros de Baltasar Porcel con sus importantes entrevistados, en el semanario Destino.

Por aquellas fechas, el entonces director de este diario, Adolfo Cámara, me encargó una serie de entrevistas con la única condición de que no excedieran del folio. Aquel reto me obligó a prescindir de los guiones como inicio de pregunta o respuesta, así como de algunos puntos y aparte, al tiempo que me permitió desarrollar un tipo de interviú en base al punto y seguido, intercalando frases entrecomilladas, lo cual no es mal sistema cuando hay escasez de papel. Ese trabajo se podrá encontrar fácilmente en la hemeroteca de Levante-EMV, en torno al año 70, bajo el título —que todavía me sonroja por su tamaño— de Los encuentros de Prats Rivelles.

El País Semanal ha iniciado —arrancado— una nueva sección «El sentido de la vida», en la que, con periodicidad mensual, el ilicitano Vicente Verdú conversa con lumbreras como el piamontés Umberto Eco (25 de abril) y el valenciano Vicente Todolí (30 de mayo).

Desde hace algún tiempo espero con impaciencia la edición dominical de Levante-EMV, cuyas páginas de Cultura se ven enriquecidas con la presencia de «La Galería de J.R. Seguí». Si hace dos domingos traía a estas páginas la personalidad de Amparo Zaragozá (Galería Punto) para trazar una visión del mercado del arte muy puesta al día, ayer nos acercaba al historiador Javier Paniagua, quien transmitía el fatal desenlace de las ideologías políticas tradicionales, algo que ya adelantó Gonzalo Fernández de la Mora (El crepúsculo de las ideologías, 1965), aquel ministro de Obras Publicas que, en los últimos años del franquismo, pensaba convertir el viejo cauce del Turia en tramo final de la autopista Madrid-Valencia. Afortunadamente no se llevó a cabo.

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