En ese pulso musical que mantienen los dos Palaus, si alguna conclusión se puede sacar es que debe haber público para todo, o también que los públicos de la ópera son muy diferentes, porque el que acudía ayer al Palau de les Arts con el estreno de Salomé, la primera ópera del Festival de Mediterrani, no era el habitual de la temporada lírica ni el mismo que atendía al mismo tiempo al segundo acto de Parsifal en el Palau de la Música. Pero aún así, despidió la representación con calor, porque esta Salomé, pese a su eclecticismo, funciona, tanto desde el punto de vista escenográfico como musical.

Si hace unas semanas el Real estrenaba una adaptación ambientada en un casino de Las Vegas, lujuriosa y excesiva, la que ofrecía ayer Les Arts es atemporal y ecléctica, en cuanto a la variedad de caracteres o la localización de los mismos en el tiempo. Salomé camina descalza y lleva una chaqueta de lentejuelas, los personajes que la envuelven podrían vivir en la década de los 40 y el profeta viste harapos.

A todo ello se añade una escenografía efectiva, que se localiza en un cilindro que va girando, que por un lado muestra la fiesta y el drama en la casa de Herodes y, cuando da la vuelta, como si fuera un gran ojo, que en realidad es la metáfora de la luna, se abre para ser la cárcel de Juan el Bautista. Bien iluminada, la escena se colma, pese a la sencillez de la escenografía,.

Ante la ausencia del presidente de la Generalitat, Francisco Camps, o de la alcaldesa Rita Barberá, asistentes habituales a los estrenos, en esta ocasión el palco principal lo ocupaba la consellera Trini Miró y el director de orquesta Manuel Galduf. Sorprendieron de nuevo los numerosos espacios vacíos.

El director de escena Francisco Negrín había dicho que su Salomé era metafísica. En gran medida, lo es, porque aunque está presente el erotismo, la sensualidad o la violencia, todo se muestra en algunos aspectos atenuado. Eso sí, no le quita un ápice para darle, junto a Zubin Mehta y la Orquestra de la Comunitat Valenciana, todo el dramatismo que esconde esta ópera de amor imposible y muerte.

El elenco está a la altura del resto de la producción, con unos papeles principales que realmente sobresalen y se mueven con solvencia. Como lo está Mehta, a la hora de ponerle la tensión necesaria.

No faltan tampoco algunos aspectos relacionados con la tecnología, como por ejemplo en la escena del baile del velo, donde hay hasta un guiño al voyeurismo, reflejado en pantallas de video, donde los propios protagonistas de la escena utilizan una cámara de video para representarse en ellas.

Salomé es la primera de las dos óperas que este año de recortes ofrece un certamen dedicado a la mujer.