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Entre ellos-Vicente Blasco Ibáñez y José Segrelles- existía una diferencia de edad de casi veinte años, pero no eso no fue impedimento para que el escritor y novelista pasado el tiempo escogiera al pintor valenciano para que ilustrara sus novelas. Y es ahora, cuando se celebra el 125 aniversario de la muerte del pintor de Albaida, cuando pueden descubrirse esas ilustraciones que desvelan la forma en que Segrelles entendió la literatura de Blasco.

Y es que más de 50 ilustraciones inéditas cuelgan desde el pasado sábado en la Casa Museo de Segrelles, un encuentro que, además, volvió a unir a los herederos de ambas familias.

Segrelles conoció a Blasco en Barcelona. Allí el artista -fue cartelista oficial del Futbol Club Barcelona-desde 1910 comenzó a desarrollar un amplia carrera como ilustrador inicialmente en la colección Obras de la Literatura Universal adaptada para los niños de Araluce. Después pasaría a trabajar con Salvat al tiempo que continuaba con su trabajo como pintor. Fue en una de sus exposiciones donde Blasco y Segrelles se encontraron. Cuenta el biógrafo del artista, Vicente Gurrea, que Segrelles sabiendo del paso del novelista, famosos ya, le envío una carta al hotel donde se alojaba invitándole a su exposición, y el mismo día de su inauguración se presentó en el hotel armándose de valentía. El encuentro fue un acierto.

"Decidieron hacer patria valenciana", relata el biógrafo. A partir de ahí comenzó una relación que duró hasta la muerte de Blasco quien le encargó la ilustración de Flor de Mayo, La Catedral, El Intruso y Los muertes mandan.

Segrelles creó aquellos trabajos trasladándose a los propios escenarios donde transcurrían las acciones para captar el verdadero espíritu. Iban a formar parte de una edición monumental de su obra que Prometeo preparaba. El exilio de Blasco con la llegada de la dictadura de primo de Rivera paralizó el proyecto. Las ilustraciones quedaron depositadas en el fondo de la editorial hasta que en 1942 los herederos del novelista ofrecieron a Segrelles la posibilidad de adquirir el legado, como así hicieron. Hoy lucen por primera vez desde entonces como recuerdo de una amistad, pero sobre todo como principal testigo de la obra del novelista en los ojos de un gran pintor.