"Caótica, vulgar y obscena". Con estos tres calificativos el azar quizo conducir a Vargas Llosa hacia el Tirant lo Blanc. Era la Lima de los años cincuenta, el joven Mario aspirante a poeta cursaba el Bachillerato y estos tres adjetivos fueron los que el profesor de Literatura del Siglo de Oro empleó para despachar la novela de caballerías. Justo lo que necesitaba el entonces rebelde escribidor para dirigirse a la biblioteca universitaria y buscar un título de ese género. Cosas del destino, el primero con el que tropezó fue la novela de Joanot Martorell, en aquella mítica edición de 1947 de Martí de Riquer, en la que casi había que jugarse la ceguera.

El valenciano no fue obstáculo para que Vargas Llosa se apasionara con el Tirant y el resultado se vio años más tarde, cuando La ciudad y los perros había encumbrado ya al autor peruano. Carta de batalla por Tirant lo Blanc (1969) fue el ensayo con el que el novelista debutó en la crítica literaria y fue también un punto de inflexión en los estudios sobre la obra de Martorell. Lo recordaba el propio Vargas en Valencia el pasado 16 de junio, en el acto central de los homenajes por el Any Martorell (se supone que el arruinado caballero que empeñó el manuscrito del Tirant nació entre 1410 y 1413). Aquel día de conmemoraciones, el único valenciano se oyó en la boca del sexto español —y undécimo escritor en castellano— que logra el Nobel, quien sacó una ajada edición de la novela para leer la escena en la que Tirant y Carmesina consuman su amor sin dejar de hablar, algo tan moderno, casi de Woody Allen.