Los intereses creados - Teatro Rialto (Valencia)

De Jacinto Benavente. Int.: José Sancho, José Montesinos, Elena Vela, Juansa Lloret, Manolo Ochoa, etc. Vestuario: Francis Montesinos. Escenografía: Josep Simón. Ilum.: Juan Gallego. Dir.: José Sancho. Prod.: Teatres de la Generalitat.

Los intereses creados es la comedia considerada por muchos como la obra maestra de su autor; así lo proclamó el público, en 1930, en una votación en que participaron cincuenta mil personas (don Jacinto la posponía, sin embargo, a Señora Ama). Lo bien cierto es que es uno de sus pocos títulos que, aun habiéndole hecho mella el paso del tiempo (y mucha), todavía le queda sangre.

La idea de recoger el espíritu del teatro popular clásico (Commedia dell´Arte, etc.) y darle un aire moderno (para su época) sigue llamando la atención, así como la densidad literaria del diálogo, que, aunque esconda a veces sonoras futilidades, acaba convirtiéndose en uno de sus alicientes. Habría que añadir otro, las relaciones entre Crispín y Leandro no son las de un criado y un señor típicas del Siglo de Oro. La estratagema de Crispín recuerda más tanto a la picaresca clásica como a las técnicas modernas de publicidad, que a unas relaciones de clase. Crispín no es un criado, es un burgués. Aun así, el recurso al Deus ex maquina, o triunfo del amor, hace bajar el texto a la tierra del gusto conservador del público a quien Benavente dirigía, apuntaba y disparaba sus obras.

Ya lo he dicho, el tiempo, sin deteriorarla del todo, sí que ha dejado a la pieza un tanto ajada, de ahí que el único sentido para que vuelva a un escenario y para que estos intereses no sean lejanos es contar con un buen diseño dramatúrgico, un diseño que en el montaje queda bien expresado en el brillante vestuario de Francis Montesinos, tradición y modernidad.

En el vestuario, sí, pero no tanto en lo demás. José Sancho ha planteado una puesta en escena convencional, como renacida del baúl de la tradición española, en la que el texto es lo valioso, y el papel de los actores es decirlo, ilustrarlo. Por esta dependencia, y, a pesar de alguna ocurrencia, y de una, digamos, corrección en su conjunto, el montaje se queda corto en la vitalidad, gracia, encanto y agilidad de la Commedia dell´Arte. Otro dato de la tradición: buena parte del resultado se juega a la carta del primer actor, en este caso del propio Sancho, que, como es bien sabido, domina la escena y el arte de declamar. Y su potente descaro casa con Crispín, aunque el papel, más potente todavía, pide algo más (matices). Y ello ocurre, opino, porque se precisa de una dirección de actores más pensada, ya que al elenco se le nota a medio gas de sus posibilidades. En general no pasa de discreto en la representación de estos fantoches. Nuria Herrero (Silvia) sí que pasa.