Ha desaparecido el ángel de los cómicos secundarios del Estado español. Quiso ser un trágico y no lo consiguió porque era persona que contagiaba bienestar y amabilidad adonde quiera que fuese. Manuel, exquisito, Manolito entrañable Alexandre degustador de tertulias en la casa de Fernando Fernán Gómez o en el Café Gijón. Con esa voz temblona de requiebros, imitada con cariño por cualquier admirador de sus actuaciones. Ha hecho mutis de puntillas, sin algarabías, con la discreción de un actor de soporte. Sin él, nuestro mundo se despide con una pena de difícil consuelo. Los característicos de la escena crecidos durante la guerra civil y la posguerra española se han ido dejando bastante desamparada la pantalla. Una estirpe de intérpretes indispensable en cada película, cada función de teatro, en aquellos Estudios 1 de televisión ausentes de prisas. Llenos de amplio espacio y tiempo para construir una obra dramática. Sin ellos, el vacío pesa y se vuelve helado. Manolo ha durado muchísimos años, y eso que no le gustaba la fruta, a pesar de que su madre le dio la murga, preocupada por su salud. Tampoco se casó, pues aunque tuvo sus noviazgos, le arredraba el compromiso legal, por lo típico del oficio en aquel entonces: que si no podré mantener mujer e hijos con esta profesión tan incierta... me quedaré con la duda de si era una excusa para conservar su libertad de tránsito o porque en el siglo pasado los actores jamás sabían si tendrían o no trabajo al día siguiente de terminar un contrato. Claro que en estos tiempos ese mal ya es patrimonio de casi todos los oficios y seguro que constituía asunto en una de sus últimas tertulias del Gijón. Tenía don Manuel Alexandre una sonrisa tierna y comprensiva; nada irónico, nada de mala baba ni puñaladas traperas. Un hombre de principios sólidos. No tenía aristas y se distinguía por poner paz y gloria en ambientes crispados y gritones. Un hombre nada fatalista, siempre de frente , elegante, los ojos húmedos de bonhomía y alegre. Este querubín moreno, además, nos hizo reír , pensar, trasladarnos una variedad infinita de emociones desde sus personajes nada protagonistas. Si existe una parcela en el cielo para los secundarios, ojalá que les vaya bonito. Y Manolo, por favor, mandanos mucha alegría y concordia de vez en cuando. Falta nos hace.