La Filarmónica ha inaugurado su nonagésimo noveno curso con una orquesta muy generosa en entrega y propinas. Rácano, en cambio, fue el público ante el que actuó, para empezar ya muy preocupantemente escaso.

El primer rasgo de generosidad de los músicos se dejó sentir de inmediato, con un arranque antes sonoro que fluido de De los campos y bosques checos de Smetana. La llegada de la polca despertó a una campesina (su tema, se entiende) hasta entonces bastante adormilada, y el final se construyó con una muy adecuada superposición de temas.

En la introducción del Primero de Chaikovski, la orquesta volvió a dar algunos trazos groseros, mientras que el piano sonó con mayor delicadeza. En el resto del movimiento se intercambiaron un tanto los papeles. Si bien cantó con arrobo el segundo tema, Igor Arda?ev (Brno, 1967) gustó sobre todo por su elocuente realización de los sforzandi y arpegios. También por el tono obsesivo de una primera cadencia, a la que siguió una estupenda propulsión mutua entre solista y acompañamiento hacia un clímax un poco menos loable. En los otros dos movimientos, la aversión de Rastislav ?túr (Bratislava, 1967) a la amalgama ahogó bastante la escansión de los discursos. En el segundo tema del final, resultó llamativo que acelerara la batuta, no el piano.

Los movimientos extremos de la Segunda de Borodin se distinguieron por el brío del fraseo además de por cierto estruendo al parecer inevitable en este conjunto. Satisficieron más un Scherzo con todos sus elementos coherentemente integrados y un Andante con buenos solos de los vientos aunque con detalles como que al final de la tercera sección el forte de las trompas dejaran sin margen al forte fortissimo del tutti.

La generosidad de los eslovacos no se manifestó sólo en la fuerza con que tocaron, sino en las propinas: dos del solista (Lirios de Rachmaninov, y una Danza checa de Smetana) y una de la orquesta (la Danza eslava op. 72, nº 7 de Dvo?ák). Esta última provocó aplausos mucho más calurosos que todo lo anterior.