La intensa vida de un cineasta

maría seguí valencia

Casi sesenta años han pasado desde su primera película, Esa pareja feliz, en 1951. Luis García Berlanga tuvo una larga trayectoria cinematográfica que lo convirtió en uno de los pilares del cine español, marcando un punto de inflexión en las hasta entonces insípidas producciones nacionales.

Pero detrás hay una larga vida y con motivo de la Mostra de Valencia de 2009 se editó un libro titulado ¡Viva Berlanga! en el que amigos, compañeros y, todos ellos, admiradores recordaban los momentos más importantes que habían vivido junto al cineasta valenciano y sus películas. Manuel Vicent, Jorge Berlanga, David Trueba y Diego Galán, entre otros, colaboraron en este libro homenaje al director que, además mostraba imágenes inéditas del propio director y que pertenecían a su archivo personal. Es un recorrido completo en torno a la vida de "señorito valenciano", marcada por la contradicción, según Javier Rioyo, para quien Berlanga "fue el segundo peor soldado de la División Azul, esa extravagancia que le hizo combatir al lado de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, junto con el actor Luis Ciges. Los dos tuvieron unos padres republicanos y pensaron que el ir voluntarios a la División Azul serviría para que no persiguieran a la familia".

Berlanga tomó la decisión de dedicarse al cine cuando vio el filme Don Quijote, de George W. Pabst. Jess Franco, cuenta cómo la vocación los llevó a inscribirse en la escuela de cine IIEC en los años cincuenta, "la idea era estúpida y quimérica. El cine español se limitaba a unas pocas películas glorificando al general Franco, a su gloriosa cruzada, a Santa Teresa de Jesús y al obispo de Soria". Pero Berlanga y su también compañero de escuelaJuan Antonio Bardemcreían que en España era posible hacer un cine de calidad.

Su primera película fue Esa pareja feliz y pronto llegaría ¡Bienvenido, Mister Marshall! y el revuelo que causó en el Festival de Cannes, donde la tildaron de antiamericana. Así, Berlanga siguió rodando: "Lo suyo, en apariencia, ha sido montar en cada rodaje un pequeño circo rodeado de amigos de confianza", añadía Manuel Vicent.

David Trueba lo calificaba como "el más grande director de nuestro cine porque ha sabido crear un mundo de imágenes que son el testimonio más veraz y contundente sobre la segunda mitad del siglo XX español. No existe ni en la novela ni en la pintura española nadie que haya podido levantar un fresco tan conmovedor y rico de esa época".

Además de sus aptitudes en el ámbito laboral, todos destacaban su contradictoria personalidad, y la forma en la que siempre se hurgaba la nariz: "Berlanga, cuando rueda, es dios. Lo único que se me escapa es por qué ese dios se mete tanto el dedo en la nariz", contaba con humor José Luis Gar cía Sánchez.

El carácter de un genio

Berlanga era "caótico, festivo, seductor, tímido, lúdico, lúcido, erotómano, un tanto anarquista, dubitativo, provocador, independiente... Dice ser una cosa y en realidad es también la contraria: le encantan las paradojas. Presume de perezoso, de lo que se deduce que Berlanga es uno de los vagos que más ha trabajado en su vida", relataba el crítico Diego Galán, "con su aire despistado -y su cara de perro caniche- acababa enredándote con su mirada azul para llevarte a su terreno".

Las palabras del propio García Berlanga corroboraban la visión de sus amigos: "Yo soy un gran egoísta, tan gran egoísta que lucho por la felicidad de los demás, sólo para que no me molesten".

Las palabras de su hijo, Jorge Berlanga, aportaban una visión divertida del cineasta, en su carácter y comportamiento paredes adentro: "Si hubiera que hacer una biografía de Luis García Berlanga, habría que hablar de un gran plano secuencia donde entran y salen personajes con aparente sinsentido hasta llegar a un orden paradójico dentro de la dispersión". A pesar de su gran ego y de hacer alarde de sus conocimientos como erotómano, Jorge Berlanga recuerda que su padre reconoció "ser el presidente del club de los calzonazos, bajo la vigilancia de doña María Jesús, amor motor de su existencia, que toleraba sus aficiones de aparente perversión sabiéndolas en el fondo inofensivas".

Berlanga nunca quiso escribir sus memorias: "Que se acuerden otros". Y no le hizo falta, porque cada uno de sus amigos guarda un pedazo de estas memorias.

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