¿Estrenar un texto en Valencia se ha convertido en un drama?

En este momento, como en todas las épocas, existen teatros públicos con unas determinadas políticas que pasan de algunos viejos clásicos a los autores emergentes, aunque el asunto de los emergentes sea bastante tramposo porque muchas veces lo único que se les da es una única oportunidad. Los dramaturgos que estamos en el medio lo tenemos mal con los teatros públicos. Y con los privados depende porque van directamente a la rentabilidad.

Si tan complicado es estrenar y como mucho en lectura dramatizada ¿por qué hay tantos autores escribiendo teatro? ¿Sólo esperan esa oportunidad?

En mi caso porque no sé hacer otra cosa. Siempre he querido estar en el mundo del teatro. Ha sido mi opción vital. Lo más honesto que puedo hacer es trabajar, escribir, publicar, ganar o no premios y mantener la coherencia de una obra.

¿Existe mucha o poca honestidad en el mundo de la escritura y los propios hándicaps conducen a moderar discursos o a la autocensura ?

Hay de todo y debemos diferenciar entre la persona honesta y la escritura honesta. Probablemente quien escribe un best seller facilón para ganar dinero es honesto aunque a lo mejor su escritura no lo sea tanto, como también hay gente que se vacía interiormente y no tiene éxito.

Es un autor de compromiso social como demuestra su obra. Tal y como está el mundo será más complicado ser políticamente incorrecto.

La escritura teatral, como cualquier otra escritura, implica riesgos. Desde hace casi veinte años las dramaturgias dominantes son formalistas y un tanto solipsistas, dramaturgias que no apuestan por la realidad múltiple y eso a menudo tiene que ver con la propia realidad política. Si miramos la catalana, por ejemplo, ha estado muy marcada por CiU y en un momento determinado a la gente comprometida se la eliminó. Se aupó a otra serie de autores. Ahora hay un cambio de paradigma.

¿Y en Valencia?

En Valencia sucedió un poco lo mismo aunque no con las mismas características. Hoy la gente está harta de inventos vacíos y juegos malabares. El espectador quiere que le ayuden a desvelar un poco más la realidad en la que vive.

Mantener al teatro al margen de su realidad social es narcotizar al espectador. Eso está bien pensando como fórmula de manipulación intelectual.

Si analizamos aquello que ha sido éxito en los últimos años el resultado son textos más o menos bien hechos, pero casi siempre escapistas y de lenguajes artificiosos. La política influye, claro, y directa o indirectamente marca el camino de ciertas dramaturgias.

Tampoco se escapa su gremio de la responsabilidad ya que escribe al gusto del poder como los pintores de corte.

Más o menos. A muchos dramaturgos lo que más les interesa es que les estrenen, que les den una ayuda o algún premio. Son cosas legítimas. No creo que nadie quiera dejarse manipular. Lo que sí está claro es que hay determinadas cosas que el político prefiere ocultar. Pero sí estoy de acuerdo en que los teatreros también tenemos una gran parte de responsabilidad.

¿En Valencia el teatro es una sainete?

No. Pero la realidad valenciana sí que es bastante sainetera. Si hablamos del género, siempre he defendido que el sainete es mucho más interesante de lo que algunos dicen. Desde el punto de vista histórico, es un género a estudiar dignamente. Hay autores prestigiados como Escalante y otros a reivindicar como Peris Celda porque tienen textos muy interesantes. Ahora bien, la realidad teatral y política valenciana sí es un sainete tristísimo que no tiene la gracia de Escalante o de Peris Celda. En absoluto.

¿Por qué se ha llegado a esa situación? Todos enfrentados con todos un día, unidos y desunidos, según el momento, cainitas y en manos siempre del dinero público.

Porque los valencianos somos un poco así. En general, se estudia, se trabaja y se lee poco. Somos comodones. Tenemos una mentalidad de nuevos ricos muy primaria. La cultura del esfuerzo y la exigencia colectiva no va con nosotros. Cuando lo dejas todo en el meninfotisme o en manos de otros suceden estas cosas.

Sin embargo, el teatro es una de las disciplinas en las que las inversiones públicas no han tenido freno y resulta curioso comprobar cómo después de 25 años apenas casi nada se ha consolidado.

Sí, eso es un poco verdad, aunque habría que matizarlo. Pero aquí pasamos de no tener un Centro Dramático a tener uno muy importante. Pero fue un contenedor y a los contenedores hay que darles contenidos con políticas claras. El inicio fue muy discutido. Luego hubo una etapa más o menos estable, más o menos válida, que intentó consolidar ideas, y dentro de sus carencias tuvo unas ciertas líneas de trabajo. Pero después llegaron etapas donde todo fue una especie de locura, tanto por los gestores teatrales como por las direcciones políticas.

Antes hablaba de la influencia de Convergencia en Cataluña. Aquí ha habido alternancia. ¿Y la diferencia es...?

Es evidente que la creación de un Centro Dramático o la dotación de ayudas eran necesarias y beneficiosas, pero cuando todo falla y se desintegra el resultado es mucho más perjudicial por las expectativas no cumplidas y las dependencias creadas. Si se tiene una red de teatro para poder distribuir ciertos espectáculos y luego, en lugar de mejorar sus posibles errores o deficiencias, se le corta la cabeza, su caída deja de sostener un posible tejido industrial. O sólo lo hace en unas direcciones muy concretas.

¿Cree realmente que se debe hablar de sector teatral con una línea decidida o mejor hacerlo de intereses de sectores?

Los sectores implicados en el hecho teatral y cultural estamos bastante desunidos en general. Podemos y debemos criticar a la Administración, pero también debemos de mirarnos a nosotros mismos y ser un poco más autocríticos. Nunca he parado de proponer una intersectorial, por ejemplo. De la misma manera que se han creado contenedores y existen ayudas lo que no podemos hacer es dejarlo todo en manos de la Administración. Ha de haber un sector público, pero nosotros también debemos organizarnos. Lo que no podemos hacer es ir cada uno por su lado.

¿Por qué no se produce esa unión real salvo cuando las situaciones llegan al borde del abismo?

Tal vez porque somos muy individualistas y a la hora de dar un paso colectivo poca gente está dispuesta a perder protagonismo a favor de intereses comunes. Los sectores teatrales en el fondo son muy minifundistas, por decirlo así. Superamos ese minifundismo o no vamos a ninguna parte.

¿Crear en valenciano continúa siendo un acto de heroicidad?

No. Si pensamos que la normalización lingüística tiene unos 20 años, no estamos tan mal. Nuestra situación aún es joven, aunque hay que seguir trabajando. Desde el punto de vista lingüístico no está mal a pesar de ciertos consellers de incultura. Luego está la honestidad con uno mismo. En este momento hay una serie de escritores valencianos que podemos exportar nuestra obra al extranjero. Allí se nos traduce de forma natural a pesar de que no existan ayudas teatrales oficiales a la traducción.

La historia está demostrando que quienes creían, quedan.

Realmente los supervivientes, en general, las compañías que se mantienen o los autores que dejan una obra lo han hecho por sí mismos y no vinculados a la subvención. A muchos nadie nos ha regalado nada. Hemos dependido demasiado de las ayudas públicas y esto no puede ser. No teníamos una historia democrática y lo dejamos todo en manos de los políticos. Pero ya no podemos seguir haciendo dejación de nuestra responsabilidad intelectual y creativa y esperar lo que decida el político de turno. Tenemos que movernos. En el teatro valenciano, injustamente o no, el hecho de que se estén reduciendo ayudas está hundiendo muchos grupos porque han vivido pendientes de la subvención.

Tampoco ha cuajado un sector privado Off realmente potente.

Es otro aspecto de la falta de experiencia, la dejación de obligaciones en manos de una democracia que pensábamos lo iba a resolver todo, la falta de visión, pero ahora hay que dejar de pensar en la supervivencia a corto plazo para ir más allá, crear nuevas infraestructuras organizativas, apostar por un teatro múltiple y variado. La democracia es nuestra no de los políticos: ellos tienen que ayudarnos a gestionarla mejor y si no lo hacen bien, que se vayan a su casa.

¿Se habla mucho de lo extrateatral y se reflexiona poco de teatro?

Es cierto. Por ello, no se trata de crear una nueva plataforma reivindicativa y si me dan una subvención o un trocito del pastel me callo. Faltan proyectos colectivos con ideas sobre qué teatro queremos.

¿Cree en las listas negras?

Se habla de ellas. Yo siempre he estado en las listas si no negras, grises... Siempre. Y si realmente no existen listas negras lo parece y en política las cosas también son lo que parecen.

¿Existe una literatura de izquierdas y no me refiero sólo a la social?

Existe buena o mala literatura. Pero sí. Durante la última parte del franquismo el teatro se entendió básicamente como un arma de agitación política para lanzar determinadas consignas y existían algunos grupos a los que nos llamaban estetas. A mí no me interesa el blanco o el negro sino la dramaturgia que propone retos, complejidad intelectual y estética. Hay gente que se define de izquierdas y plantea discursos maniqueos y simples. Tan simples que los convierte en autores derechones.

¿Cree en la existencia de dramaturgias autonómicas con identidad señalada?

Desde hace tiempo asistimos a una clara perversión del concepto de las autonomías. La lengua en el arte o en el pensamiento es algo previo a toda opción política o religiosa. Según el artículo tercero de la Constitución, la pluralidad lingüística es un patrimonio cultural que ha de ser objeto de especial respeto y protección. Pero mucha gente prefiere salvar una piedra muerta que una lengua viva. Existe, puede existir y debe existir un teatro plural en las distintas culturas y lenguas del estado. No se puede negar la realidad porque tarde o temprano se revelará contra ti.

¿Diría que es optimista con respecto al futuro porque a peor ya no puede ir?

Como decía Shakespeare, todo está bien si termina bien. Y esto no ha hecho más que empezar. Acabará bien si tomamos conciencia de la situación real y nos hacemos responsables de nosotros mismo. Entonces podremos ir de cara a la Administración para decirle que el teatro también es nuestro y que ha de aceptar la pluralidad porque no existe el público sino los públicos: la sociedad abierta y plural.