"Los Locos de Valencia"

Sala rialto

De Lope de Vega. Int: Martin Cases, José Montesinos, Jaime Linares, Rebeca Valls, Manuel Puchades, Paco Vila, Manolo Ochoa, Lorena Pérez, Reyes Ruiz, Panchi Vivó, Joan Carles Roselló. Versión y dirección: Antoni Tordera. Teatres de la Generalitat.

Hay obras teatrales en las cuales lo que importa son los personajes; otras, la trama argumental; en la presente, el mayor interés reside en su ambientación. Justo, su acción tiene lugar en el Hospital de Locos de Valencia, un recinto muy famoso en esa época y que Lope debió visitar y conocer bastante bien. A partir de ahí, el Fénix se inventa una serie de enredos descarados, y hasta fogosos, en un lugar en el que chispean los deseos libremente expresados. El amor como elemento de inestabilidad, enredo y confusión.

Antoni Tordera, en su versión, se ha permitido alguna licencia. La cuestión es seguir el delicado juego de locuras fingidas que se confunden con las reales. Juego que sigue Tordera con una puesta en escena moldeada de manera pictórica, originando unas pinceladas precisas, leves y potentes. Trazos que buscan los detalles, por ello el movimiento escénico y la gestualidad actoral están remarcados por la mano del director pintor. Placer visual. Pintura también es la iluminación, y una escenografía repleta de maletas, las de tantos fugitivos que llegan al lugar.

Tal vez por el señalado tono remarcado, hay algún instante al que le falta chispa, pero la obra en general se nota rodada, el elenco ha interiorizado las acciones, y se muestra natural, sin dejar nunca de juguetear. Martin Cases plantea un Floriano a modo de antihéroe latino, y Rebeca Valls irradia su Erifila con gran desparpajo escénico. Además, habría que dar cuenta de Lorena López, cuya viveza cómica alegra el ambiente, aunque se las ve y se las desee para adaptarse al verso. Paco Vila y Manuel Ochoa, con sus clownescos gestos y miradas, dan el tono naif. Algo del mismo hay en todo el montaje, y la sensación de estar más en un paraíso fuera del mundanal ruido que en un manicomio. De eso se trata. Para mi gusto, la escena de la boda, la de la mascarada, pedía más locura, pero tal como está, a modo de procesión, entra en consonancia con un montaje en el que predomina la nitidez en el trazo y una locura matizada, para que luzca finalmente lo humano frente a lo farsesco. O eso creo.