Como si hubiera dejado de pintar ayer por la tarde. Con esa sensación tomó los pinceles Doro Balaguer (Valencia, 1931) hace unos pocos años -siete u ocho, dice con incerteza: "No es la edad, siempre he sido así con la memoria"-, cuando cerró la tienda de pasamanería que había sido antes de su abuelo y de su padre y se jubiló, bastante después de haber cumplido los preceptivos 65. Pero la tarde que guardó los pinceles no era la de ayer, sino la de hacía cuarenta años.

Doro Balaguer, citado en las historias del arte como uno de los miembros del Grupo Parpalló (el movimiento que introdujo el informalismo y conectó Valencia a finales de los 50 con el arte que se hacía fuera de España), dejó de pintar poco después de aquella aventura creativa, a principios de los 60. Así que nunca tuvo una exposición individual, siempre se mostró en grupo, en especial al lado de Salvador Victoria, su hermano de descubrimientos artísticos, con el que se marchó a París al poco de finalizar Bellas Artes y junto al que abandonó todo proyecto juvenil figurativo para sumergirse en la abstracción. Una tendencia que no ha abandonado a pesar de los años, porque Balaguer continúa pintando con "un estilo y unas preocupaciones similares" a las de entonces. Por ello observa una "continuidad" entre la obra de entonces, la que enviaba desde París para las exhibiciones del Grupo Parpalló, y la de ahora.

Toda ella se verá en unos días en la Fundación Chirivella Soriano de Valencia, en la que será la primera muestra individual de Balaguer. A sus casi ochenta años (los cumplirá en octubre). Su intención al volver a pintar no era exponer ni regresar a la profesión, afirma, pero ya se sabeÉ, "comentarios, los amigos que te lo dicen y buenoÉ, pues bien".

Balaguer, que ejerce hoy un desencanto humilde, ajeno a cualquier pretensión, fue uno de los líderes del Partido Comunista en Valencia durante el tardofranquismo y la Transición. Luego participó en la fundación de Unitat del Poble Valencià (UPV) y se alejó definitivamente de la política. Pero "no sería justo decir que dejé de pintar por la política. Fue una multitud de circunstancias: el negocio, la familia, el hecho de dejar París y volver a aquí y también la política", razona.

Doro rechaza unir arte e ideología. Al menos, el suyo: "Mi pintura ni era antifranquista ni nada. Antifranquista era lo que hacía cuando no pintaba".

¿Por qué regresó, tras 40 años? Él rehúye "explicaciones metafísicas". Es más simple: "Pensaba que al dejar de trabajar mi afición sería la propia jubilación, pero me puse a pintar". Al principio, poco tiempo; ahora, cada día. Lo hace en un pequeño desván de su casa de Rocafort, ahora casi vacío de pinturas por la exhibición. Allí remarca que pinta "cosas que no significan nada", excepto una senyera cuatribarrada, que le salió "decrépita". Eso sí que tiene significado.