«La violación de Lucrecia»

teatro rialto (valencia)

De: William Shakespeare. Int: Nuria Espert. Escenografía y vestuario: Ikerne Giménez. Iluminación: Juanjo Llorens. Dirección: Miguel del Arco. Producción: Juanjo Seoane.

Dice la tradición que la crítica teatral ha de ser condescendiente con los que empiezan y con los veteranos. Nuria Espert no necesita esta actitud, porque, a los pocos segundos de aparecer en escena, redescubrimos la mirada y los gestos de una gran, de una inmensa actriz. Otro asunto es su modo de hablar que siempre ha creado polémica entre entusiastas y detractores (yo estoy en los segundos), pero es parte inseparable de un todo, de una brillantísima trayectoria tanto en las tablas, como impulsora siempre de un teatro renovador, y de primera, dentro de esa convencional España que viene de los tiempos de Larra. Basta recordar su etapa con Víctor García para corroborar este hecho. Y tantas otras.

Con el presente espectáculo redescubrimos a una Espert en plena forma, en un papel hecho a su (gran) medida, y que bien pudiera ser una sinopsis de todos sus pepeles trágicos. Para lograr este resultado ha contribuido, y mucho, la sobresaliente dirección de Miguel del Arco, nombre que conocía porque firmó la puesta en escena de La función por hacer, con la que logró arrasar en los últimos Premios Max y que todavía no hemos visto en esta Valencia dejada de la mano de Talia. Ahora, Del Arco se ha encarado, con todo su talento, ante esta primeriza narración poética de Shakespeare, sobre la conocida violación de Lucrecia, una mezcla de pasiones y delitos escrita con ingente belleza y turbadora violencia. Y vaya si ha logrado extracto teatral. El inteligente movimiento escénico, los efectos sonoros, el espacio escénico, el diseño de vestuario (la capa negra de Tarquino, la tela violeta de Lucrecia), la iluminación, y, claro, todo lo que logra forjar con una Espert auténtica, tanto como narradora, como en su capacidad camaleónica para pasearse por diversos personajes.

El problema es que toda esta extraordinaria teatralidad está en lucha constante con una misión casi imposible, hacernos olvidar que estamos ante un texto narrativo.